domingo, 20 de abril de 2008

Necronomicón (y otros cuentos).



Iba a morir. Se lo advirtieron y pese a todo convirtió su vida en una insaciable búsqueda de sabiduría, libro a libro que caía en sus manos sedientas de tinta. Y aquel primero y prohibido que le entregó su mentor, aquel cuyo título era tan oscuro como la piel de su encuadernación quedó enterrado bajo la promesa de que jamás sus ojos se posarían sobre lo allí escrito.

Por eso supo que su fin había llegado, tras pasar la última página del último libro, porque sólo entonces comprendió lo que hasta ese instante había permanecido ante él, cegado por su indiferencia y vanidad.

Y el ansia por conocer lo que nadie nunca conoció se volvió acidez y sudor frío, al tiempo que el veneno que antes impregnaba las esquinas de las hojas fluía por su sangre, volviéndola tan negra como la esperanza que ya no albergaría nunca más su corazón.






Capitán Nadie.





Tras haber vagado en tinieblas durante horas el efecto del sol en la piel se hacía extraño, aunque fuera a través de otra de carnero y no de la suya propia. Y la misma mano que un instante antes permitió su salida y la de los suyos, pronto comprendería el engaño, y no entonaría dulces cantos, sino belicosas injurias materializadas en lápidas del tamaño de un monte. Por ello había que alejarse, dejarlo atrás, no volver los ojos que iban a ser degollados y no lo fueron porque él renunció a ser quien era, sin mentir al ser preguntado por su identidad, pues la rechazó, la apartó de sí como luego apartaría aquella suave piel de carnero, porque sabía que sólo de ese modo lograría salvar la vida, la misma que tanto había arriesgado en incontables ocasiones y que sólo la astucia, por encima del valor y del coraje que se le suponían, logró que saliera victorioso de otras guerras a lomos de un caballo de madera.

Ya el barco se divisaba al compás del rebaño improvisado, y con él la esperanza de navegar hacia la libertad. Si todo salía como esperaba, él y los suyos pronto embarcarían y darían la espalda a la noche más oscura de sus vidas, tratando de olvidar así los horrores inenarrables que sufrieron, los rostros de otros que no tuvieron tanta suerte y que ahora yacían con los olvidados, que nunca más verían el horizonte de sal y que, como él ahora, no volverían a sentir la caricia luminosa de un nuevo día.

Y justo entonces, antes de que el engaño fuera descubierto, justo cuando más lejos y más cerca se encontraba de su salvación, supo que la tempestad se acercaba. Y el Capitán Nadie tuvo miedo, porque sabía, como buen marino, que la sola astucia no podría con tan malos vientos.

Por ello, se encomendó a su diosa y siguió caminando, sin detenerse, sin perder la esperanza, lo único que le quedaba tras haber perdido incluso su nombre.






Lo real no imaginado.




Vi cómo la cabeza se apoyaba en el hombro y cómo este se dejaba llevar por la dulzura del gesto anterior, y entonces ambas sombras se fundieron a contraluz ante mí, mientras la pantalla gigante surtía de imágenes el espacio entre los tres.

La soledad se apoderó de la sala ante la visión de aquella complicidad, y los recuerdos se agolparon narrando historias de un pasado no tan lejano en que otra sombra se fundió con la mía, en que otro espacio como aquel, plagado de miles de fotografías por segundo, era también mudo testigo de otro gesto anterior y un hombro enternecido.

Quise acariciar de nuevo el recuerdo de aquella piel y mi mano rozó el aire, se aferró al vacío y exhaló un suspiro que fue más allá de la memoria y el tiempo, enlazando el punto de choque entre dos partículas que se besan a la velocidad de la luz.

Y ni ahora, como entonces, alcancé a entender la textura que recubre aquello que llamamos sueños, y que no es otra cosa que el eco de un reflejo infinitesimal, el pálido estertor plateado que emana de las venas de un unicornio herido, el batir de alas de una pesadilla ante la llegada de la luz de un nuevo día...

Sólo pude anhelar, ahora como entonces, que aquel asiento que ocupaba, aquel rol de espectador dejase de serlo para volver a protagonizar, más allá de cualquier visión e imágenes por segundo, más allá de los mudos testigos y heridos unicornios, el instante único en que rocé con mis labios la grandeza de lo real no imaginado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

todos los textos son muy buenos, posiblemnte el mejor sea el tercero...aunque eso solo lo entenderá alguien que se haya sentido alguna vez de esa forma.
Sin embargo los anteriores tambien estan muy bien. me gusta más el primero...al segundo le veo mas...plofffff XD

Lo real no imaginado.

Laura Navas M dijo...

Hola Nacho. Después del ajetreo de exámenes tengo tiempo para leer tu blog, asi que voy de texto en texto, disfrutando de la lectura.
De los tres, el que más me ha gustado ha sido el primero =), jejejeje.
Voy a seguir leyendo y dejándote comentarios.
Un abrazo