sábado, 12 de abril de 2008

Mecánicos del idioma.


Abrí la puerta de la clase y entré con una cara bien distinta a la que tenía justo antes de entrar, con un aire decidido y confiado, como si conociera a aquellos alumnos de toda la vida a pesar de que en realidad era incapaz de identificar a uno solo de ellos, siendo como éramos todavía completos desconocidos.

Esta vez nadie se equivocó, ni pensó que yo era otro estudiante y que el instructor todavía estaba por llegar, porque no iba vestido como ellos (no me refiero a mejor, llevaba traje de profe y eso canta demasiado) y porque hablaba un inglés que distaba mucho de parecerse a cualquier acento conocido por ellos (es posible que ni siquiera fuera inglés, a juzgar por la cara de algunos).

No estaba preocupado. Sabía que esos minutos de inicial desconcierto y desconfianza pasan rápido, y que antes de lo que uno puede imaginar la clase ya ha calentado y cogido el ritmo necesario para dar sus primeros pasos. Sabía, porque ya lo he vivido, que a esa primera clase le sigue otra, y luego otra, y otra más que hace que las anteriores pasen a formar parte de una especie de reserva, un bagaje que está ahí, listo para cuando haga falta refrescar algún dato, algún hilo que quedó suelto y que deberá esperar a mejor ocasión.

Y una vez obtenido, ese bagaje es el que da paso a la confianza (la justa y necesaria, no más) para que funcione correctamente ese pacto no verbal entre clase y profesor. Es a partir de entonces cuando se pueden comenzar a revelar algunas cartas más, algunos recursos escondidos que estaban esperando su turno para aligerar una tediosa explicación gramatical, para animar un debate inerte o para motivar desde el humor respetuoso cuando el ánimo del personal decae.

Y así, poco a poco, clase a clase, se va construyendo el curso, se va jalonando de anécdotas, de malentendidos y errores que nos permiten aprender a todos, a mi desde mi inexperiencia y a ellos desde sus ganas de mejorar sus habilidades, de hacer que sus “numerosas” problemas lo sean menos y que incluso el subjuntivo nos parezca a todos cosa de niños, de tan evidente y sencillo que es.

No siempre fue así. No siempre tuve la confianza de poder ser de ayuda en este asunto de los idiomas, los aprendizajes y los patinazos lingüísticos. Recuerdo una ocasión en que una estudiante portuguesa me preguntó sobre las diferencias entre los verbos ser y estar de la siguiente manera:

- Perdona, ¿“estás capaz” de explicarme lo de ser y estar en español?

Yo, que por aquel entonces aún no había terminado la carrera, me consideraba más un piloto que un mecánico de la lengua y así se lo hice saber. Su cara de asombro me obligó a explicarle la metáfora, por la que cualquier nativo puede ser un excelente piloto (o hablante) de su lengua (o coche) pero no sabrá cómo actuar, seguramente, si sufre una “avería” en plena carrera conversacional. Un mecánico o un lingüista, en cambio, es aquel que te explica qué provoca que tu motor léxico no arranque, qué impide que avancen los neumáticos verbales o que el carburador de concordancias esté hecho trizas. Él sabe cómo funcionan las piezas y sabe, por tanto, repararlas si es necesario.

Sin embargo, y a pesar de mi magnífica explicación, la estudiante me mandó a paseo porque lo que ella deseaba no era entrar en boxes, sino que le hablasen de categorías gramaticales y valores semánticos. Ella quería saber por qué su cara no debía ser la misma si su novio le decía que era guapa (belleza intemporal) o que estaba guapa (una belleza más temporal, ciertamente), pero debía invertir la regla de la temporalidad si decía que su perrito estaba muerto o que ella era reina del baile sólo por un día. Quería saber por qué se puede estar en casa, de luto o de viaje si con ello se expresa lugar, estado y movimiento, y encima quería que todo eso se lo explicara un piloto que estaba todavía en fase de prácticas.

Nunca más supe de la portuguesa. Alguna vez pensé en buscarla para pedirle disculpas por mi torpeza, pero claro, a ver quién tenía valor de decirle nada después de su reacción, tal y como estaba, -o tal y como era, que ya no sé ni lo que digo-.

No hay comentarios: