lunes, 10 de marzo de 2008

Yo (me) acuso.


Estimado lector:

En primer lugar, quiero darle las gracias por su extenso, detallado y atento comentario que ha hecho sobre varios de los artículos de este blog. Más allá de los elogios formales, que le agradezco pero no comparto, me gustaría responder una a una a todas las cuestiones que trata en su carta. Mi intención con ello es precisar algunas cuestiones que, creo, han sido interpretadas de una forma diferente a como yo intenté plantearlas.

Antes de nada, quiero hacerle ver que su carta me deja en una situación muy complicada a la hora de responder, ya que una de las numerosas críticas que me hace es mi desprecio patente hacia toda opinión que sea contraria a la mía. No obstante, la alusión a los artículos más representativos de este blog, a los que he dedicado no poco tiempo y esfuerzo, me exige una respuesta que espero no considere ofensiva o despreciativa.

A mi entender, la crítica más importante que me hace es acerca de la “ligereza del fondo” o “la poca elaboración de las ideas” que subyacen a mis artículos. Evidentemente, coincido con usted en que todo aquel que desee alcanzar un cierto estatus de escritor o ensayista debe dotar a sus opiniones de la mayor coherencia, solidez y profundidad posible. Eso, al menos, es lo que yo exijo a los articulistas de los grandes medios de comunicación.

Sin embargo, yo no tengo ni la ambición, ni el rigor ni el talento suficiente como para llegar a ser nada, ya sea en el campo literario o en el ensayístico, y esa conciencia clara de mis numerosas limitaciones, así como la humildad que implica, las tengo siempre muy presentes a la hora de escribir.

Quizá el problema radica en que haya confundido usted la figura del articulista de oficio con la de un instructor de español que sólo da su opinión, limitada, subjetiva y pobre, por tanto, de los acontecimientos que lo rodean. Este blog no está escrito, y lamento que así lo parezca, con la intención de ilustrar a nadie acerca de aspectos sociales, artísticos, políticos, académicos o económicos tanto de España como de Estados Unidos. Yo no soy ninguna autoridad en ninguno de estos campos, pues carezco de la preparación y de las fuentes como para pontificar o dogmatizar sobre cualquiera de estos y otros muchos asuntos.

La verdadera naturaleza y propósito de este blog es crear un punto de encuentro con aquellas personas queridas para mí y que, por diversos motivos, se hallan a miles de kilómetros de donde yo me encuentro. De esta forma, algo fría, incompleta e insuficiente, intento compartir con ellos mis experiencias, con la total certeza de que no dejan de ser más que eso, anécdotas particulares, impresiones personales o algún que otro poema, máxima expresión de mi subjetividad.

No hay en este dietario el más mínimo afán de lucro, de celebridad o literario y sí, por el contrario, mucha intención de dejar en ellos mi forma de ser, de expresarme y de sentir la realidad a través de mi óptica personal. Si otras personas acceden a él y lo leen, es para mí un motivo de satisfacción y orgullo, pero no deja de ser algo secundario, en definitiva, en comparación con su intención primigenia.

Otra de las críticas más reiteradas en su carta es la utilización que hago de generalidades y abstracciones que no se pueden o deben extrapolar de una realidad tan limitada como la mía. Espero que comprenda que me resultaría algo engorroso que, cada vez que hiciera mención a “los americanos” o a “los habitantes de Chicago”, tuviera que precisar que me refiero única y exclusivamente al más de medio centenar de personas de distintos estados que he conocido, con una cierta profundidad, desde mi llegada a esta ciudad.

Como usted señala, no he realizado una investigación de campo en los 49 estados del país que aún no he visitado. Sin embargo, creo que mi posición como profesor de una universidad a la que acuden catedráticos y estudiantes de prácticamente todos los estados y de buena parte del extranjero, sí me permite, desde el trato frecuente y afectuoso que mantengo con muchos de ellos, hablar de los americanos con un cierto grado de representatividad, por pequeño que sea.

Yendo ahora a los ejemplos concretos, me permito hacer un par de matizaciones sobre “Escalofríos democráticos”. Si se fija con atención, verá que las democracias que considero “menos malas” o, hasta cierto punto, dignas de ser imitadas, son las europeas, y no la americana. De los americanos aprecio la posibilidad, que he visto, oído y experimentado, de poder hablar de política, tanto en las aulas como en la calle, a un nivel general. Estoy de acuerdo con usted en que el sistema americano es bipartidista, excluyente y deficitario, algo que comparten no pocos ciudadanos del pueblo americano (un pueblo que, por cierto, desprecia de forma mayoritaria la labor de Bush, ese presidente elegido y reelegido de una forma sospechosa, por no decir ilegal, en palabras de todos aquellos con los que he podido tratar del asunto).

No voy a entrar en el tema del comunismo porque es evidente que no me refería a él en el artículo. En cualquier caso, coincido con usted, una vez más: la sociedad americana no se libra de tabúes, prejuicios e insuficiencias (supongo que habrá percibido la ironía al hablar de “tierra de libertades donde las haya”), pero no por ello dejo de envidiar de forma sincera la fe democrática que percibo en la gente que he conocido aquí, y que no percibo en España. (Y de nuevo entramos aquí en el terreno de las percepciones subjetivas, que si tuviera que estar reiterando a cada afirmación que hago, terminaría por hacer ilegible cualquier artículo).

Sobre las elecciones generales españolas, no he entrado a valorar las causas del desplome de los nacionalismos considerados más radicales (pues no todos los demás han perdido votos), pero ya que menciona el voto “inútil”, precisamente mi pérdida de fe en la democracia española se basa, entre otros muchos argumentos, en la existencia de esa paradoja. Que un ciudadano considere que su voto no cambia nada, puede resultar comprensible. Ahora, si un grupo más numeroso continúa esa tendencia, y eso se va ampliando de forma exponencial, entonces tenemos un problema gravísimo.

Por eso, el hecho de que Zapatero o Rajoy se tiren los trastos a la cabeza en la campaña o en los debates me importa poco, pues como ya señalaba, considero que todo obedece a una escenificación teatral, consciente y planificada por ambas partes. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que otras formaciones políticas hacían escuchar su voz y eran escuchadas, y con ellas habían de firmarse pactos para gobernar. Eran tiempos mejores que hemos dejado atrás, en mi modesta opinión.

Sobre las universidades (La cuestión académica (I)), debo reiterar una vez más que mi posición no me permite hablar con total fiabilidad de la realidad académica estadounidense y española. Hablo sólo como estudiante y profesor de dos de ellas, eso sí, de bastante prestigio y representatividad en el concierto académico europeo y americano. No sé hasta qué punto conoce usted el nivel con que los americanos llegan a esta universidad, pero en estos meses han pasado por mis aulas más de sesenta estudiantes de diversas etnias, clases y orígenes (rurales, entre ellos) con los que he debatido acerca de los temas sociales, políticos y económicos más diversos. En los numerosos trabajos y composiciones que corrijo a diario he podido hacerme una idea de cuál es su mentalidad, sus intereses y preocupaciones, a lo que hay que sumar la información que comparto con mis colegas del departamento, del doctorado y de la residencia internacional de estudiantes, en la que se encuentran algunos de los mejores expedientes académicos de no pocos países.

Respecto a los licenciados españoles, y desde mi limitada experiencia, tengo bastantes referencias personales y testimoniales acerca de que numerosas licenciaturas de universidades madrileñas, barcelonesas y periféricas preparan de una forma deficiente a unos estudiantes que, en muchos casos, deben completar su formación una vez que se incorporan a sus puestos de trabajo. Evidentemente, no dudo de que esta información pueda resultar parcial, y estoy seguro de que tenemos excelentes estudiantes en nuestro país.

Todo lo dicho, si bien no me convierte en un experto en la materia, me da algunos elementos de juicio, tanto a favor como en contra del tema propuesto, y con esos argumentos está elaborado un artículo que no tiene más intención que ésa, proponer un debate que me ha sido planteado ya en varias ocasiones.

Sobre el armamento, me permito recordarle que vivo en un distrito en el que se han cometido y cometen a diario asesinatos, violaciones, robos y asaltos a punta de pistola y rifle. Chicago tiene una tasa de criminalidad alta, pero no demasiado lejana de otras ciudades a las que la constitución ampara la posesión (y el uso, derivado de esta), de armas de gran potencia de fuego. No hablo de realidades abstractas o desconocidas, sino de un temor y una preocupación muy reales y cercanas, que condicionan mi propia calidad de vida y, en buena medida, mi seguridad personal. Si prefiere achacar mis juicios a la lectura rápida de unos cuantos periódicos, debo decirle que lo lamento, porque no son esas mis fuentes, ni mucho menos.

Y ya para terminar, y sin entrar en demasiados detalles, debo decirle que el artículo sobre los “nerd” está más que basado en cuatro compañeros con los convivo en mi residencia de estudiantes. Como todos ellos son amigos míos, decidí hablar del asunto sin emplear nombres, y es por eso que el artículo carece de más hondura de la que me hubiera gustado. Todo cuanto digo en él, sin embargo, tiene un referente tan real que asusta, como lo tienen la literatura dedicada a ellos, o la asignatura de integración social que, en efecto, existe en mi universidad.

Dicho todo esto, me gustaría hacer un ejercicio de autocrítica. Desde que comencé a escribir he ido recibiendo numerosas críticas a mi labor, tanto en su vertiente prosaica como poética. Todas ellas me acusaban de una falta de esfuerzo estético, así como de una escasa conciencia literaria. Mis escritos fueron tachados de pobres, incapaces de alcanzar el techo que ellos mismos se fijaban, cuando no aburridos, excesivos, divagantes y simples. No considero, sinceramente, haber mejorado tanto desde entonces, y tampoco me preocupó en exceso: como ya mencioné antes, la falta de talento no se compensa con esfuerzo.

A fin de cuentas, para mí escribir no es un ejercicio de estilo, ni una pirueta con la que impresionar a nadie. Siempre he sido más partidario del fondo que expresa una palabra que de la palabra misma, y por eso he sentido, sinceramente, su crítica. Frente a aquellos que defienden el poder estético de la palabra yo siempre he preferido su significado, el contenido que transmite y que permite a otros reflexionar sobre una realidad común. Y en cualquier caso, mis juicios, argumentos y opiniones no son ni más ni menos que los de un estudiante que se encuentra todavía en un proceso de madurez demasiado inacabado, creo yo, como para exigirle el nivel que usted me pide. Suponiendo, como dije al principio, que tal fuera mi objetivo.

No lo es. Mi escritura (llamarla “literatura”, como hace usted, me parece excesivo) pretende ser únicamente un medio para transmitir unas ideas o unos contenidos sobre los que le aseguro que he reflexionado, y reflexiono, diariamente.

Lamento la prolijidad del artículo, pero me sentía en la necesidad de ello. Reitero mi agradecimiento a su comentario, y a sus críticas, de cuya buena intención no he dudado en ningún momento.

Le sugiero, por último, que, en ese viaje por el ciberespacio que realiza, acuda al blog que tengo asignado como recomendado, pues eso sí es un ejemplo de estilo, eficacia, calidad y rigor, que es lo que diferencia, en definitiva, a un auténtico articulista de lo que yo hago.

Atentamente,

Ignacio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Ignacio (parece ser que Nacho es finalmente un pseudónimo),

me sorprende la respuesta que le ha dado a la crítica que le hice llegar.
En primer lugar, pienso que la relevancia que le ha otorgado, publicándola en su blog, es excesiva. No pretendía ser más que un mensaje personal y subjetivo de lector a escritor.
En segundo lugar, siento que haya causado el efecto no deseado. Siento haberle causado malestar y le presento mis disculpas. No era esa mi intención.
En tercer lugar, es usted un buen escritor. Lo es.
En cuarto lugar, usted ha malinterpretado el sentido de mi crítica. Redirijo mi idea. Es usted un buen escritor. No es un esteticista. Es usted un escritor elegante, su redacción, su composición, su prosa, son elegantes. Con su palabra da usted forma a unas ideas, y he aquí donde está mi crítica, que en algunos casos adolecen de mucha ligereza. Creo, y subrayo que es mi opinión, que ésa es la barrera que le separa de pasar a ser un ensayista excepcional. Si fuese usted capaz de dotar de forma a unas ideas más profundas sus textos serían sencillamente geniales. No piense usted nunca lo contrario, relea mi texto, usted ha conseguido lo que pretendía, no escribe usted por el hecho de escribir, ni mucho menos.
En quinto lugar, no era mi intención entrar en un debate sobre cada uno de los puntos que expuse en mi escrito. No porque no me atraiga, ni mucho menos (viendo sus textos imagino que es usted un gran conversador), si no porque sólo pretendía con ellos ilustrar las deficiencias que presenta su literatura (usted hace literatura, Ignacio).
En sexto lugar, sus opiniones no son tomadas como lo que no son. Y son tan válidas como las de cualquier otra persona razonable (evidentemente, debe pensar usted). No había detectado el sentido de este blog, dirigido a sus allegados como usted afirma. Vi en ellos artículos de opinión y por eso me enganché a él.
En séptimo lugar, no es mi intención dudar de la calidad de sus fuentes de información. Pero hasta donde yo sé, se limitan a un grupo bastante cerrado de estudiantes o licenciados universitarios de clase media-alta. O al menos eso es lo que ha expuesto usted.

Me veo pues obligado a reescribir mi crítica de una manera que usted no pueda malinterpretar ni tomar como una cuestión personal (debo decir con tristeza que es la sensación que tengo de cómo usted se lo ha tomado, si bien no puedo ver qué hay de personal entre usted y yo aparte de sus textos).
Retomando los ya sabidos ejemplos, esto es a lo que me refiero: cuando exponga usted el problema del armamento en EEUU, por ejemplo, no se quede en el hecho de la posibilidad de comprar las armas. Póngase en el lugar del que las compra. Métase en la piel del que dispara. E interróguese. Aunque vaya usted a exponer una opinión personal o un hecho que acaba de suceder.
Cuando hable de la existencia de los nerds, no se quede en la descripción de sus tristes vidas y su ridícula apariencia. Mire usted al que le señala, al que le humilla, al que le margina. Y encuentre las razones.
En pocas palabras. No se quede en los hechos, vaya a las causas, y explórelas, exprímalas.
Los textos que usted escribe sobre sus sensaciones o sus sentimientos son sencillamente excepcionales. Porque lo que usted escribe tiene una base sólida (nada hay más sólido que un sentimiento). Me encantaría que sus artículos de opinión me produjesen la misma sensación, la sensación que sólo saben dar unos pocos (que usted tan bien como yo conoce).
Itero mis disculpas, la reacción que he provocado en usted no era la que pretendía, ni mucho menos.

Si usted me lo permite seguiré viniendo por aquí. Y si a usted no le importa, opinaré de vez en cuando.

Por último, no puedo evitar decirle que me encataría poder leer algún relato suyo o alguna novela si es que ha publicado usted.


Atentamente, el lector

Ignacio dijo...

Aclarado queda todo, pues. Estaré encantado de que siga leyendo, y opinando, lo que le parezca oportuno.

Si dediqué una entrada a su comentario fue porque me parece importante hacerse eco de las críticas, siempre que, como la suya, tengan espíritu constructivo y sean punto de partida de un debate fértil. Perdone si le molestó que me tomase tal libertad.

Atentamente,

Ignacio.