viernes, 7 de marzo de 2008

La originalidad (teoría)


El comienzo parece de chiste: una italiana, un inglés y un español discuten en un bar de Hyde Park. El contenido de la conversación, sin embargo, tiene poco que ver con la broma, por mucho que el ambiente sea distendido. El tema que se debate es si el ser humano debe concebir la originalidad como un acto de creación, (postura inglesa), o más bien como un acto de recreación sobre lo ya existente (postura italo-española).

El embajador británico comienza diciendo que si uno toma la idea de hombre y la de un caballo, puede crear un nuevo concepto, que es el centauro. Esa idea tiene una existencia independiente, según él, de las fuentes de las que procede. En esa línea, argumenta que en el fondo todo tiene que ver con combinaciones de símbolos que crean nuevas realidades, y en la misma línea de infinitud numérica, algo similar ocurre con las posibilidades que ofrece dicha combinación, a nivel potencial. Es decir, que las bibliotecas de todo el mundo, por ejemplo, se van ampliando día a día con nuevas codificaciones simbólicas en forma de palabras. Siempre hay, en definitiva, un margen para la combinación, la inventiva, la creatividad o la originalidad.

Responde Italia en el segundo turno. Trae a Umberto Eco y El nombre de la rosa, en cuyas “apostillas” el autor reconoce que escribió el libro, literalmente, a base de unir retazos de otros libros (en la propia novela subyace esa idea de que todo libro remite a uno o varios libros anteriores, y que todos ellos tienen una existencia basada en la dependencia mutua de la información, que transmiten desde tiempos inmemoriales). La embajadora mediterránea va un paso más allá, diciendo que en el fondo da igual lo mucho que crezca una biblioteca, porque todos esos sesudos artículos, ensayos y teorías no son otra cosa que reformulaciones de lo ya dicho, repeticiones de la información ya existente con una capa de maquillaje diferente, y eso está más cerca del collage intelectual que de la originalidad, en sentido estricto.

España retoma el ejemplo del centauro y pone en duda que uno pueda separar claramente la fuente real de la recreación ficticia. No parece posible que un ser humano pueda concebir un centauro si previamente no tiene la idea de caballo y de hombre en mente. Y además, esa dependencia tiene otro factor, el ya mencionado de la ficcionalidad. Los conceptos de caballo, hombre y centauro no pueden tener la misma categoría porque no tienen la misma dimensión real. Suponiendo que el centauro tuviera una existencia real, entonces no tendríamos más remedio que asignarle una categoría semejante a la del hombre o el caballo, en tanto que criatura real, de la misma forma que hacemos con una mula, que procede de la unión efectiva entre una yegua y un asno.

Inglaterra, aislada como siempre del concierto europeo, insiste en su idea con nuevos ejemplos. Si no existiera la originalidad, y fuera cierto el dicho latino de que no hay nada nuevo bajo el sol, entonces no tendría sentido escribir novelas, pintar cuadros o seguir investigando en ningún campo, pues todo estaría ya dicho y contenido en cualquiera de los textos, cuadros o cualquier manifestación de la creatividad que podamos considerar como primigenia. Si esto no es así, si cada época busca nuevos caminos de codificar sus símbolos en todos los campos artísticos y científicos, ha de ser necesariamente por la existencia de un margen de acción que lo permite, un margen de originalidad.

Italia objeta. El concepto de originalidad, en el sentido de novedad, es un concepto relativamente reciente que nunca fue tenido en cuenta en épocas pretéritas. Lo que ahora llamamos plagio u homenaje, dependiendo de la catadura moral del artista, era el pan de cada día de cualquier artista anterior al siglo XIX, cuando no existía ese concepto tan firme de autoría. El diccionario define la palabra original hablando de impresión de novedad, no de novedad efectiva. Lo que hace cualquier época es tomar elementos ya existentes y combinarlos de una forma distinta (por ejemplo, el neoclasicismo tan omnipresente en la arquitectura americana), produciendo esa impresión novedosa en quien lo recibe.

España discute la relación dialéctica entre combinación y la originalidad, esta vez con el ejemplo de la literatura. La idea es que los conceptos (ojo, no lo símbolos), tienen una posición de raíz de la que no se mueven, por mucho que en determinados ámbitos uno acepte ciertas reglas temporales de combinación. Por ejemplo, cuando uno lee una novela fantástica donde se dan cita criaturas sacadas de la mitología griega, la mitología nórdica y la decimonónica, con brujas, vampiros, magos y escobas voladoras, además de conceptos no-fantásticos como colegios, exámenes y el mundo laboral, puede pensar que está ante el colmo de la originalidad. Pero toda esa amalgama de referentes, esa costura impostada, se desvanece en cuanto uno cierra el libro, porque entonces cada elemento regresa a su sitio: los centauros a sus praderas helénicas, los orcos a sus montañas oscuras y los vampiros a su castillo de Transilvania. Sólo de ese modo uno puede aceptar una nueva combinación ficticia cuando abra un libro distinto o vea una película diferente, porque los elementos que se van a combinar están colocados en su lugar original (en el sentido de origen, no nos confundamos).

Llegados a este punto, Inglaterra decide que tomará en consideración las opiniones italo-españolas mientras termina su pinta. A fin de cuentas, el zumo de cebada parece ser el único capaz de entenderlo en tan aciaga noche.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica reflexión. Yo también soy latino.

un abrazo.

Paco P.

Laura Navas M dijo...

Increíble Nacho.
Muy bueno.
Escritor, es que no tienes otra denominación.
Espero que cuando acabe los exámenes pueda escribirte algo más.
Un beso enorme.
Increíble.