jueves, 13 de marzo de 2008

Cinefórum (7)


El cine universitario, a diferencia de las salas comerciales de la ciudad, permite desconectar del estruendo de las palomitas y del dolby-sourround para poder abrir una ventana a otras épocas, países y culturas. En estos últimos meses han pasado algunos de los mejores directores de todos los tiempos, como Bergman, Fassbinder, Renoir, Kurosawa o Hitchcok, y anoche le tocó a Pedro Almodóvar y La mala educación, su penúltima película hasta la fecha.

Se asombran siempre mis alumnos cuando descubren que no soy un entusiasta almodovariano (deben pensar que soy el único español en no serlo), porque lo cierto es que aquí tiene muy buena prensa. Él mismo reconoce que los Estados Unidos le han tratado, a nivel de reconocimiento e interés crítico, como España jamás lo ha hecho (ni lo hará, me temo).

Conste que de Almodóvar siempre he admirado su capacidad como guionista, con unos diálogos muy por encima de la media de nuestro cine nacional, y una elección y dirección de actores, por lo general, excelente. Sus películas, siempre y cuando uno acepte las reglas de su juego, suelen resultar entretenidas y proclives a la risa, cuando no a la carcajada.

Sin embargo, y con la honrosa excepción de sus tres últimos filmes (Hable con ella, La mala educación y, en menor medida, Volver), reconozco que el resto de su producción no me termina de convencer. Su corpus ochentero, el de vertiente más cómica (con excepción de La ley del deseo), me parece bastante irregular y embrionario, con algunas buenas historias desaprovechadas (como ¿Qué he hecho yo para merecer esto?) y otras sencillamente sobrevaloradas (Mujeres al borde de un ataque de nervios). La cosecha de los noventa, lejos de mejorar, me parece que se pierde en laberintos que poco tienen que ver con el cine (caso de Kika y Tacones lejanos), cuando no en tragedias griegas y excesos melodramáticos (como La flor de mi secreto, Carne trémula y muy en especial la hiperbólica, retorcida y autocomplaciente Todo sobre mi madre).

Al margen de los premios y honores, creo que el salto cualitativo que representa Hable con ella es más que significativo. Un salto refrendado, en otro registro muy diferente, con la espléndida película que la siguió, La mala educación. Ambas comparten unos guiones muy elaborados y complejos, que recogen lo mejor de Almodóvar pero descartan, por fortuna, los excesos tragicómicos que lastraban sus anteriores películas.

Que Almodóvar es un amante del cine no creo que nadie pueda dudarlo, pero resulta más evidente aún cuando uno entra en el sutil juego de falsos espejos y muñecas rusas de La mala educación. Los cimientos del film noir y la innegable herencia de los años cuarenta y cincuenta, con Hitchcok a la cabeza, le sirven para construir un relato que, sin perder ese “estilo” almodovariano tan personal, destierra cualquier idea previa sobre el director y se alza en forma de intriga apasionante y apasionada.

Los demás elementos de la función están perfectamente compensados: el elenco de actores, masculino en su mayoría, cumple y sostiene los puntos de giro más incómodos con entereza; la fotografía y el diseño carecen de las estridencias de otros tiempos, con un enfoque más realista; por último, la partitura de un inspirado Alberto Iglesias, delicada o inquietante según la ocasión, pero con una calidad excepcional, en cualquier caso.

No es una película fácil o amable de ver, eso sí, ya que a la dureza intrínseca de un relato donde no falta lo más sórdido de nuestra memoria colectiva se suman no pocas escenas que pueden “herir la sensibilidad del espectador”, como dicen los sabios. A cambio, esta gran película ofrece algunas escenas memorables, un buen ritmo narrativo y un uso del flashback sencillamente ejemplar.

Yo sigo echando de menos, ya que estamos todos tan “hitchcocknianos”, un giro final a lo Vértigo. Ahí, en ese desenlace algo turbio y desangelado, es en el único lugar donde encuentro floja a una película que, al menos a nivel cinematográfico, es de todo salvo una mala educación.

No hay comentarios: