domingo, 3 de febrero de 2008

El Príncipe de los Ladrones.


Este fin de semana he tenido ocasión de ver American Gangster, filme de Ridley Scott basado en el caso real de Frank Lucas, un mafioso afroamericano que a principios de los años setenta amasó una fortuna indecente con el tráfico de cocaína. Quizá por casualidad, justo el día anterior tuve ocasión de conocer, en una presentación oral de mis alumnos, el caso de Pablo Escobar, un mafioso colombiano que se hizo literalmente de oro en los ochenta traficando también con la cocaína.

Curioso, el caso de estos dos sujetos, separados en el tiempo y en el espacio pero con numerosos rasgos en común. Ambos son de familias humildes, y testigos de sociedades injustas y gobiernos débiles (no hace falta que mencionemos a Nixon, como tampoco los cárteles y los grupos paramilitares que hacían y deshacían a su antojo en Colombia). Ambos tuvieron la suficiente inteligencia como para elevarse por encima de aquella miseria circundante y aprovecharse de la debilidad de sus compatriotas, de sus vicios y miserias, para destacar y poder contemplarlo todo desde una montaña de oro.

Oro financiado, sobra decirlo, con asesinatos, extorsiones, tráfico de estupefacientes, robos y prácticamente todos los delitos tipificados en sus respectivos códigos civiles. Oro bañado en sangre, y con aroma a la misma cocaína que consumía, uno a uno, a todo el que tenía la desdicha de inyectársela en vena o esnifarla.

El rasgo más llamativo que estos dos hombres comparten es haber sido aclamados por sus respectivos pueblos, los mismos a los que estaban empujando de cabeza a una espiral autodestructiva de drogadicción. Sin embargo, determinados gestos de cara a la galería, populistas y estratégicos, les permitían tener una imagen intachable entre los más humildes: repartos de dinero en calles abarrotadas, construcción de hospitales y canchas deportivas para la juventud…

A ambos les unió también la muerte: en el momento en el que un policía colombiano lo abatió a balazos en su propio edificio, a Pablo Escobar se le imputaba un número aproximado de 4.000 crímenes. A Frank Lucas, al que sólo llegaron a procesarlo por tráfico de drogas, se le achacaron también numerosos asesinatos, aunque nunca de forma oficial. Sin embargo, lo que sí está constatado es que para transportar la cocaína desde el sudeste asiático utilizaba los féretros de los soldados que regresaban muertos de Vietnam.

No sé si existe algo parecido al “síndrome de Robin Hood”, pero desde luego esto me recuerda sobremanera a aquel caballero que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, que evidentemente lo adoraban como al héroe que era. Sin embargo, entre la leyenda del príncipe de los ladrones y estos dos capos de la droga media más de un abismo: Lucas y Escobar robaban a los pobres y a los ricos, vendían cocaína a todo el mundo y se hacían más ricos que nadie, mientras contribuían a la degradación de sus respectivas sociedades, esas mismas que decían amar y proteger.

Quizá por todo esto me indigna que tanto mis alumnos como Ridley Scott tengan una sola palabra favorable para estos dos criminales a escala internacional. Me parece increíble ser capaz de pronunciar un solo argumento que justifique las muertes, las mentiras y el daño irreparable que estas dos personas ocasionaron desde su desmedida avaricia, ira y voracidad humana.

Aunque no lo justifico, puedo llegar a entender que una sociedad en proceso de descomposición, bajo la tutela de un gobierno incompetente e inútil sea capaz de llegar a considerar héroes a semejantes sujetos.

Ahora bien, que en una sociedad próspera, estable y con un sentido moral fuerte como es la norteamericana de estos primeros años de siglo XXI, una sociedad donde la ley es venerada casi al mismo nivel que la Biblia, que aquí y ahora se diga o se haga lo más mínimo para encumbrar a estos engendros que no merecen siquiera la consideración de seres humanos, me parece algo absolutamente deplorable e infame.

Otro signo más, en definitiva, de que ni esta sociedad es tan próspera, ni estable, ni moral, ni nada de nada.

1 comentario:

... dijo...

Totalmente de acuerdo! yo tambien sali del cine pensando en lo facil que sería montar un pequeño emporio de la droga... na, lo justo para hacerse con un abrigo de chinchilla...

;-P