jueves, 7 de febrero de 2008

De rincones y miserias.



Cerré ayer la última página de Crematorio, con esa sensación de orfandad que queda tras terminar de leer una novela que realmente se estaba degustando, y me vino enseguida a la memoria la primera vez que apareció Rafael Chirbes ante mí, hace ahora dos años, una tesina, una tesis en marcha y siete mil kilómetros de distancia en el espacio y en el tiempo.

Estaba yo entonces preparado, aunque nervioso, en aquel hotel de Pirámides donde había quedado con el escritor para hacerle una entrevista. Estaba preparado porque tenía la grabadora y las preguntas dispuestas, y meses de lectura atenta y cuidadosa de todas sus novelas, artículos y reseñas. Estaba nervioso porque era la primera vez que cruzaba esa frontera que siempre se establece entre el lector y el escritor, que no es otra que el propio libro, y como suele ocurrir ante una nueva experiencia, lo natural, al menos en mi caso, era y es dejarse llevar por la inquietud.

A fin de cuentas uno se hace a la idea, cuando estudia Literatura, de que los escritores deben ser una especie distinta al resto de seres humanos, personas diferentes que observan la realidad con otros ojos y, lo más importante, gente capaz de expresar esas impresiones de una forma que nadie más puede, con una precisión y una profundidad que alcanza los rincones y las miserias últimas, esas que tanto nos esforzamos por ocultarnos día a día y que sólo a través del arte de los libros, de la conjunción de idea y palabra, es posible sacar de nuevo a la luz.

Muchos de esos mismos a los que acabo de elevar a un altar en el párrafo anterior no tienen necesidad ni de mi alabanza ni de la de su querida abuela, porque ya se encargan ellos de situarse en esas esferas divinas y en las que hagan falta. Y es que hay escritores que viven de serlo, o de aparentarlo, gente que hace de sus dotes para manejar las palabras un mero instrumento de propaganda y autobombo. Esos suelen hacer mala literatura, en general, por mucho talento o dotes que tengan. Son autores vanidosos, narcisistas del verbo que se enorgullecen con cada elogio crítico, sea cual sea su origen y procedencia, tanto del experto más afamado como del último mono que aparece para pedir una firma en esas inmundas casetas de la feria del libro.

A esa hora de la tarde, el hotel Pirámides estaba en completo silencio. Vi que había una salita que reunía todas las condiciones para hacer una entrevista seria y concienzuda, y en ello pensaba cuando llegó Rafael Chirbes (“Rafa, por favor”) y antes de que le indicase la magnífica sala me dijo: “Oye, mejor vámonos al bar de al lado, que aquí no hay quien aguante”.

Y allí que nos fuimos, con la música de las tragaperras, los comentarios de la gente y la televisión de fondo (“Esto es lo que a mí me gusta, salir a la calle, al bar, mezclarme con la gente y hablar hasta que nos den las uvas. Y cuando ya no queda nadie, entonces nos vamos a casa, a leer y a escribir”). Yo coloqué la grabadora, subiéndole el volumen hasta el máximo y rezando porque aquello funcionase y al final hubiera un sonido digno con el que poder hacer una buena transcripción.

Y a partir de ahí, con el camarero sirviéndonos la bebida (aún se puede escuchar en la grabación el sonido del cristal sobre la mesa, e incluso los hielos temblando en los vasos), comenzó una conversación de tres horas en la que se habló de lo humano y lo divino, de editoriales y escritores, de política e historia, de tesis y universidades, pero sobre todo de libros, libros y más libros, y no daba abasto mi agenda para apuntar tantas referencias, tantísimas referencias que salían de la boca de Chirbes con una facilidad tan pasmosa como los argumentos, las vidas de los autores, sus ideas y visiones del mundo, de la filosofía y hasta de la ética.

Recuerdo que ya casi al final le comenté la teoría según la que, a partir de mis lecturas, me daba la sensación de que su proyecto narrativo culminaba con la que hasta entonces era su última novela publicada, Los viejos amigos. Fue entonces cuando me dijo: “pues si crees que lo he dicho todo espérate y verás, que la que viene es buena, aunque me está costando, me está costando”.

Y vaya si es buena. Crematorio no me ha dado un momento de respiro desde que la empecé, y vi cómo poco a poco iba creciendo a cada página la historia de Matías, el antiguo ideólogo de la revolución, cuya muerte convoca a todos los fantasmas familiares, políticos y de cualquier clase imaginable, desde su hermano Rubén, el constructor inmisericorde, pasando por su amigo Brouard, el escritor encerrado en su propia soledad, hasta otros personajes no menos contundentes como Traian o Silvia.

Por el camino, queda en la retina del lector la reflexión sobre el paso del tiempo, el desengaño ante las trampas de la ideología, la desmitificación absoluta y el hedor del materialismo, la corrupción moral y el cinismo, casi como única solución, ante un universo que se desmorona ladrillo a ladrillo, un paisaje desdibujado y miserable por el que deambulan unos personajes tan confusos como desorientados por los golpes del destino.

Chirbes reconoce al final de la novela su deuda con otros libros, con otras películas, con esas mismas referencias con las que me avasallaba aquella tarde de marzo de 2006, y que no hacen sino poblar una novela de ideas densas, expresadas en un lenguaje de períodos largos y penetrantes, crudo en su mayoría, sutil en ocasiones, siempre adecuado al tono de una historia que se eleva por encima de los personajes y obliga, como sólo saben hacer los grandes escritores, a rebuscar en esos rincones y miserias últimas, aquellas que con tanto esfuerzo nos ocultamos, y que estos libros -dichosos libros-, se empeñan en sacar de nuevo a la luz.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito lo que dices de los escritores. No conozco a Rafael Chirbes, pero ya lo he apuntado en mi lista de pendientes. Hace unos días en clase de psicología hablamos del sentido del olfato y la percepción de la realidad y salió un comentario de la película "El perfume". Como me pasa a menudo, me entró el gusanillo y quise verla (había oído hablar de ella pero como parecía de miedo me negé rotundamente, odio las de miedo) pero al ver el argumento me interesó mucho. Y que te voy a decir cuando dijeron "no ,si está basada en una novela". Tardé 6 horas en comprarla en Fnac jejeje.
Y tardé un día y medio en leerla, mejor dicho, devorarla.
Mientras la leía, me quedaba maravillada. ¿Cómo consiguen narrar de esa manera, crear esos personajes, esas situaciones?
Te la recomiendo, sólo los cientos de nombres totalmente desconocidos que encuentras ya te atrapan.
Creo que el mejor escritor del mundo jamás vendería ningún libro, los regalaría porque sería fiel a su espíritu, ¿no crees?
Pero la vida es dura y las letras no llenan los estómagos...ni pagan hipotecas jejeje.
Me ha contado Víctor que por dónde tú vives hay personas que caminan al revés por la calle y me ha encantado. Espero que no dejes Chicago y vuelvas aquí sin haberlo hecho tú.
:)
Un beso enorme y un abrazo.

Anónimo dijo...

Que bonito lo que dices de los escritores. No conozco a Rafael Chirbes, pero ya lo he apuntado en mi lista de pendientes. Hace unos días en clase de psicología hablamos del sentido del olfato y la percepción de la realidad y salió un comentario de la película "El perfume". Como me pasa a menudo, me entró el gusanillo y quise verla (había oído hablar de ella pero como parecía de miedo me negé rotundamente, odio las de miedo) pero al ver el argumento me interesó mucho. Y que te voy a decir cuando dijeron "no ,si está basada en una novela". Tardé 6 horas en comprarla en Fnac jejeje.
Y tardé un día y medio en leerla, mejor dicho, devorarla.
Mientras la leía, me quedaba maravillada. ¿Cómo consiguen narrar de esa manera, crear esos personajes, esas situaciones?
Te la recomiendo, sólo los cientos de nombres totalmente desconocidos que encuentras ya te atrapan.
Creo que el mejor escritor del mundo jamás vendería ningún libro, los regalaría porque sería fiel a su espíritu, ¿no crees?
Pero la vida es dura y las letras no llenan los estómagos...ni pagan hipotecas jejeje.
Me han contado que por donde tú vives hay personas que caminan al revés por la calle y me ha encantado. Espero que no dejes Chicago y vuelvas aquí sin haberlo hecho tú.
:)
Un beso enorme y un abrazo.

Laura

Anónimo dijo...

Huy, y yo que creía que no te estaba gustando...