domingo, 10 de febrero de 2008

Gladiadores Americanos.


Ganaron los Gigantes de Nueva York, contra todo pronóstico, a treinta y cinco miserables segundos para el final y cuando iban perdiendo ante el temible equipo invicto de la NFL, los Patriotas de Nueva Inglaterra. Más de 140 millones de personas, a los que hay que sumar otros cientos de millones de dólares en apuestas, derechos de televisión y de marketing, estaban pendientes de uno de los mayores espectáculos del mundo. Y con el corazón en un puño.

Y por fin, una vez resuelta la angustia global con el consabido resultado, toda la sala de la residencia internacional estalló en vítores, aplausos y abrazos de júbilo y exaltación popular, mientras yo me repantingaba discretamente en el asiento, haciendo acopio de unas cuantas palomitas, y preguntándome dónde rayos estaba la gracia de aquel asunto. Durante una hora y media insoportable había estado padeciendo aquella masacre incomprensible entre dos ejércitos de maromos armados cual gladiadores, que se zarandeaban de un lado a otro del terreno de juego sin que yo terminara de entender muy bien para qué hacen falta veinticuatro jugadores cuando realmente son solamente dos los que juegan: uno que lanza ese objeto que llaman balón (pepino, diría yo) y otro que lo recoge (o lo intenta, si llega con piernas al momento decisivo), mientras el resto se dedica a aniquilar sin piedad al que tiene enfrente.

Dicen que el fútbol americano requiere una técnica y una estrategia complicadísimas, sesudas y capaces de dejar incluso al ajedrez en pañales. Ríete tú de Kasparov: donde esté Tom Brady que se quite quien haga falta. Y para demostrarlo ahí tienes a una docena de entrenadores por banquillo, todos con sus auriculares bien puestos, (¿a quién tienen que llamar en mitad del partido? ¿A su abuela?), sus cuadernos tácticos (todos ellos vacíos, no sea que una cámara espía se lo vaya a chivar a la docena de entrenadores del banquillo de al lado) y esos cronómetros súper sofisticados que detienen hasta la última millonésima de segundo. Táctica no sé, pero desde luego tecnología tienen para hartarse.

Lo único reseñable de semejante bobada cavernícola es comprobar lo americanamente americano que es todo, de punta a punta, con ese estadio abarrotado de símbolos patriotas, capitalistas y consumistas. Las cadenas de televisión se pegan, literalmente, por los derechos de retransmisión. Las compañías de publicidad se dan casi más codazos que los jugadores, que ya es decir, por anunciar sus productos, porque saben que es una oportunidad de oro (un tal ordenador Macintosh de una tal compañía Apple fue anunciado en el descanso de la Superbowl del año 1984, siendo el spot más visto de la década: ahí queda el dato).

Dinero, dinero, dinero… ¿y el fútbol? Bien, gracias. Estrategia y técnica no sé, porque yo eso no lo vi por ningún lado, pero desde luego lo que sí que vi fueron los saltos, caídas, empujones, puñetazos, expulsiones, más puñetazos, patadas, más empujones, aglomeraciones de veinte maromos por metro cuadrado, más expulsiones, más caídas y, por supuesto, más y más castañas, que es lo que el público quiere ver realmente: cuanto mayor era la ostia (con perdón, es que cualquier otro vocablo se me queda corto), mayor era el rugido del respetable (o no tan respetable) público.

Y al final, a treinta y cinco segundos, con todos con el aliento contenido de pura emoción (no me digan que no suena a película de sobremesa: sólo faltaba el jugador a punto de retirarse por una vieja lesión que hasta ese momento había visto frustrado su sueño americano; bueno, eso o que todo estuviera amañado, algo que, dicho sea de paso, no me extrañaría lo más mínimo), van los Gigantes y hacen honor a su nombre con una jugada de esas para enmarcar (una carrerita más rodeada de caos y destrucción cavernícola, vaya).

Sonó el pitido final, y todos en la residencia se abrazaban y gritaban de la emoción, mientras yo, como digo, reflexionaba sobre este y otros asuntos no menos fundamentales para el destino de la humanidad, como dónde narices andaba mi soda con aromas a lima-limón.

Una semana más tarde, y repuesto ya al fin del impacto de semejante visión, me entero de que el Real Madrid ha ganado 7-0, y veo un vídeo con unos goles como soles. Veo a Guti, ese jugador tan desafortunado como rebosante de talento, haciendo una indescriptible demostración de lo que es la técnica, la visión de juego, la calidad y la estrategia en un terreno de juego, pura magia convertida en pases de gol o en goles propios (golazos, por cierto).

Veo eso y se me caen las lágrimas, porque en ese resumen de apenas cinco minutos disfruté más que con toda la parafernalia americanoide de la dichosa Super Bowl, a pesar de (o quizás precisamente a causa de) su supuesto bombo, lujo y espectacularidad.



(Foto: Guti diciendo "Porque yo lo valgo". Vídeo: Tom Petty y los Heartbreakers en el descanso de la Super Bowl. Al menos pusieron música. http://www.youtube.com/watch?v=CIwzl1maHmU)

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