sábado, 14 de junio de 2008

Lost in Chicago (II)



Volvía anoche de una cena con unos amigos, en compañía de una estudiante que acaba de llegar a Chicago. Veníamos paseando por el campus de la universidad, con esa tranquilidad nocturna y la calma posterior a la fiesta de graduación que ha sido, ribete al aire incluido, todo lo espectacular que cabía esperar de este sitio. Ella me ha preguntado si no me daba pena todo lo que dejaba aquí, la ciudad, los amigos y el trabajo, que si no me gustaría quedarme un año más. Nos observaban en silencio los muros de hiedra y las torres de la universidad, y ha pasado por mi mente tal cantidad de recuerdos, tantos rostros y vivencias, que me ha llevado un tiempo responder.

“Supongo que sí”, he dicho, pero al mismo tiempo he intentado analizarlo con otros ojos que no fueran los de la pre-melancolía, y me he dado cuenta de que en el fondo no es cierto, que por mucho que me ciegue la emoción de las despedidas no tengo ganas de reiniciar otra temporada más en esta ciudad, no con estas condiciones y en estas circunstancias. Me he dado cuenta de que muchos de mis amigos se van como yo, para no regresar, que las clases de español me ofrecerían los mismos retos que este, pero no más, y que aunque podría seguir profundizando en algunos aspectos de esta ciudad, harían falta otras, como Nueva York o San Francisco, para poder realmente ampliar mis horizontes.

“Supongo que sí”, he dicho, y al notar que a ella no le parecía lo suficientemente convincente he matizado, “pero es que este año lo he disfrutado tanto, le he sacado tanto partido y lo he vivido con tal intensidad que me temo que el siguiente sería más de lo mismo", sería repetición de lo ya visto y ya vivido, con algunos matices, con alguna que otra novedad, pero con la misma base, el mismo trasfondo y un menor espacio, en definitiva, por recorrer.

Luego, ya menos filosóficos, me ha preguntado dónde estaban las paradas de autobús y metro, qué horas eran más o menos apropiadas para salir o hacer las compras, atajos para llegar de un sitio a otro de Hyde Park e incluso por algunas opciones turísticas para conocer la ciudad, y al contarle todo esto y más he unido de repente esos dos momentos, aquel en que caminaba desorientado mapa en mano a mediados de septiembre y este otro en que hacía de Cicerone improvisado, a mediados de junio.

He sentido que estaba en terreno conocido, o al menos mejor conocido que entonces, y por primera vez en tanto tiempo no me he sentido perdido.

Por eso me voy, en el fondo, y por eso no lo lamento.

No hay comentarios: