viernes, 6 de junio de 2008

El Paraíso no es un lugar… (Aquello y aquellos que sí extrañaré (II))


Nos hemos despedido hoy de Jeremy, que parte mañana para sus tierras australianas (donde ahora es invierno, por cierto: pobre hombre). Luego he ido de cena con otros amigos para decir adiós a Vladimir, que parte hacia Nueva York y con quien he tenido la suerte de compartir muchos y buenos ratos en estos últimos meses (rabia me da, después de haber vivido todo el año puerta con puerta, que nos hagamos amigos ahora, casi al final). Por si eso no fuera suficiente, mañana tenemos despedida de Valentina, la italiana que regresa a la tierra del sol, y poco después de Kristen, que por fin vuelve a su adorada ciudad de Las Vegas (donde espera reponerse de su Trastorno Afectivo Estacional, espero) o de Alex, que se vuelve a Singapur con ganas de abrazar a su madre y a su novia, (y no precisamente por ese orden.)

Se van, en definitiva, todos aquellos amigos con los que he compartido el año en la International House, siguiendo la estela de otros que ya lo hicieron en diciembre o en marzo, como la grandísima Virginia, alma española y salada donde las haya, o el no menos grande Matías, aquel defensa germano con el que peleé, mano a mano, contra los delanteros yanquis en el lejano mes de octubre.

Desde hace unos años vengo haciéndome a esta incómoda rutina de conocer a gente que, más tarde o más temprano, tengo que despedir con una certeza bastante alta de que seguramente no volveré a ver. Me pasó en el campo de voluntarios de Galicia, hace unos años y a otra escala, como también en el curso de filólogos de Santander, en la carrera y hasta en mi grupo scout. Aquí en Chicago llevo desde el principio del curso sabiendo que al final llegaría este momento de la despedida, de desear buena suerte y decir “hasta luego”, (cuando en realidad es un “adiós”, y de los buenos), y sin embargo, me queda ese regusto algo amargo de lo que sabe a poco y que echaré de menos porque era bueno y merecía la pena, porque hizo mi vida más agradable o llevadera, o simplemente porque me había acostumbrado de una forma tan fácil que ahora me resulta raro pensar en un mañana sin dicha y sana costumbre.

Durante la primera cena en la residencia, nuestro director Bill el Carnicero, (ver “El maestro de ceremonias” para más detalles), nos avisó de todo esto. Nos dijo que este lugar era tanto de encuentro como de despedida, un espacio dinámico de cambio y constante renovación, y que las mismas historias que se habían tejido en cursos anteriores volverían a tejerse en este, con otros matices, con distintos protagonistas pero no tan distintos resultados. Ahora es, por tanto, tiempo de que Aracne dé marcha atrás, es momento de destejer este telar de meses, de fiestas y desvelos estudiosos, de amistades o relaciones que surgieron y ahora han de replantearse a la luz de los cambios, de las marchas con o sin retorno y de ese horizonte que ahora mismo se ha desestabilizado por completo a la espera de nuevos acontecimientos.

Supongo que extrañaré a cada uno de estos amigos en su justa medida, sin lágrimas pero con cariño, según aquello que hicieron por que mi estancia aquí fuera la que ha sido: excelente, entrañable, especial.

Echaré de menos, pero no tanto, la vida en este edificio en el que he vivido, las barbacoas de primavera y el helado de los domingos por la noche, esos partidos de fútbol que amenizaron el otoño o las sesiones de cine con un ojo en la pantalla y otro en el reloj que nos decía cuándo recoger la ropa de la lavadora. Y lo haré porque, al margen de este marco imponente que es la residencia, y que tantas posibilidades ofrece, han sido las personas que han llenado ese espacio, han sido sus virtudes y su humor lo que ha hecho que el lugar haya adquirido la inmejorable imagen que de él me llevo a casa, ese “paraíso” (me perdonen el término, por lo idealista) que lo ha sido, una vez más, no por el lugar en sí sino por aquellos que lo habitaron.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Da mucha pena dejar atrás a aquellos que son amigos, desgraciadamente por un tiempo, habitualmente porque esa gente queda lejos cuando vuelves a casa. Pero y lo que te espera por aquí, eh? Está claro que no tan intenso como allí, pero aquí te veremos dentro de poco.

Un abrazo desde el otro lado del Atlántico.