jueves, 5 de junio de 2008

El cuento que se convirtió en leyenda.



Se cumplen diez años desde que, tal día como hoy, un señor llamado Sigheru Miyamoto presentase su última genialidad en el E3 de Los Ángeles, el festival de entretenimiento más importante del planeta: el videojuego The legend of Zelda: Ocarina of Time.

Desde sus inicios, esta forma de diversión ha sido siempre mal vista y criticada. Se le ha acusado de fomentar la soledad de sus jugadores, de enturbiar sus mentes con fantasías irreales, violencia, sexo y otros contenidos igualmente inapropiados para su educación y formación. Sin embargo, y a pesar de la oleada crítica, este sector se ha convertido en una industria que maneja cifras astronómicas, muy por encima de otras tan consolidadas como el cine, y que es demandada por jugadores de todas las edades, razas y religiones.

En dicha evolución hay que culpar, en buena medida, a Ocarina of Time. Si antes los videojuegos eran una forma más de pasar el rato, gracias a esta aventura adquirieron una categoría superior, similar al placer que podía proporcionar el cine o la literatura juvenil, pero con un componente interactivo del que éstos carecían. Se trataba de un juego profundo, absorbente y muy elaborado, en el que se invirtieron años de trabajo para que generaciones enteras de jugadores pudieran disfrutar de sus muchas virtudes.

Lo tenía todo: unos gráficos impactantes, unos escenarios grandiosos, personajes entrañables y una trama que recogía lo mejor de las fuentes del relato épico tradicional (el ciclo artúrico, los cuentos de hadas y princesas) con lo mejor del humor asiático y su dinámico sentido de la narrativa. A ello sumaba, además, una música envolvente, una enorme duración y una jugabilidad a la que era imposible resistirse.

Considerado como el mejor videojuego de la historia, Ocarina of Time batió récords de aceptación crítica y de público, y estableció un paradigma que ha sido copiado hasta la saciedad por una industria tan falta de ideas como sobrada de recursos. Su éxito radicó en que supo proporcionar algo diferente en un tiempo en el que nadie esperaba otra cosa aparte de matar marcianos, y transportó a sus jugadores a un universo propio en el que los días sucedían a las noches, el clima cambiaba y los años veían crecer al héroe protagonista, trasunto perfecto del jugador.

Fue tan enorme su impacto que aún hoy, diez años después, ni un solo juego ha logrado hacerle sombra. Ni siquiera las secuelas de sus propios programadores han podido acercarse al encanto que desprendía aquel juego, que elevó el ocio digital a la categoría de arte. En un mundo como el actual, donde la prisa y la urgencia están por encima de la calidad del producto, resulta inconcebible volver a encontrar algo parecido.

Y para aquellos aficionados que no saben ver más allá de los gráficos de última generación, un consejo: si se sienten vacíos después de terminar las terceras, cuartas o quintas partes de juegos que a lo mejor nunca debieron haberse producido, denle una oportunidad a esta verdadera joya. Aunque pueda parecer desfasado, bajo esa apariencia algo tosca subyacen todavía la misma magia, energía y calidad que hicieron de aquel cuento de hadas una auténtica leyenda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sé que soy lo peor... No lo he jugado!!
Pero tampoco tengo oportunidad, porque no tengo la N64...
Aunque te digo una cosa: el Twilight Princess está genial, con Midna, que es taaaaaaaaan lo más...

Victor Abarca Ramos dijo...

anda que no he perdido tiempo ni nada con el zelda...jugando a la game boy pocket (no se si sabras cual es...la hijastra de la game boy gris y rosa esa primera)

XX