lunes, 9 de junio de 2008

De tiempos, espacios y gusanos.


El científico Carl Sagan solía decir que el ser humano era incapaz de aprehender y percibir la cuarta dimensión: el tiempo. Para ello, ponía el ejemplo de un gusano, una criatura que vive en un universo bidimensional. Supongamos que el gusano se desplaza por una superficie plana, y que colocamos de repente una manzana frente a él. Al ser incapaz de concebir una tercera dimensión, lo más seguro es que el gusano se sienta sobrecogido ante tal suceso milagroso, (o que rodee la manzana y siga su camino sin plantearse nada, ya me entienden).

Según Sagan, el gusano no concibe el espacio en su tercera dimensión del mismo modo que el ser humano no puede concebir el tiempo. En su primera acepción, la RAE dice del tiempo que es la “duración de las cosas sujetas a mudanza.” Aunque tenga algunas reservas sobre la precisión de estas palabras (¿qué no está sujeto a mudanza?), en mi opinión, esto refuta la idea de Sagan: al ver las diferencias entre un objeto, persona o lugar y la imagen anterior que teníamos de las mismas, encontramos en esa misteriosa fuerza llamada tiempo la causa de dicho cambio o mudanza. Así, nosotros no percibiríamos tanto el cambio (como proceso en sí), sino los distintos resultados, estableciendo la conexión entre el último y el conocimiento previo a través de una evolución inaprensible llamada tiempo.

En su segunda acepción, el diccionario de la RAE define esta palabra como una “Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro.” Fíjense qué curioso que el diccionario también defina el tiempo empleando conceptos espaciales, esa línea imaginaria horizontal dividida en tres coordenadas básicas. Y del mismo modo que en sus cartas Cristóbal Colón (también conocido como el genocida de las Antillas (sic)) describía ese nuevo mundo para el que no tenía categorías empleando términos de la Arcadia literaria, nosotros hacemos lo propio con ese concepto tan abstracto, intangible y difuso que es el tiempo. Empleamos los recursos que tenemos a nuestro alcance, limitados e insuficientes, para tratar de definir lo indefinible, y a pesar de todo vivimos en la ilusión de que el tiempo es nuestro, de que podemos no ya sólo medirlo, sino conocerlo, sentirlo, (y algunos, los más locos, hasta creen poder combatirlo).

En cualquier caso, nuestra propia actitud ante el tiempo es en sí variable y en continua evolución: un niño de cuatro años preferirá una onza de chocolate ahora mismo a una tableta entera dentro de media hora, porque todavía no ha desarrollado la intuición del futuro (se habrán fijado cómo lloran los críos en las guarderías, al sentirse abandonados por mucho que sus padres les digan que a la tarde volverán a recogerlos); qué decir del adolescente, que vive absorto en esa ilusión del eterno presente y que por mucho que se le sermonee acerca de su inminente futuro laboral nos mirará como si le hablásemos de entelequias, mientras que el anciano, al otro lado del espectro temporal, cuenta los años con la facilidad de quien deshoja una margarita.

Más aún, cuando disfrutamos el tiempo se reduce y al aburrirnos se dilata hasta el infinito y más allá; las horas pasan eternas o volando según nuestro estado de ánimo y de una forma tan imprecisa como subjetiva, y por mucho que creamos medirlo, sentirlo o concebirlo, lo único que siempre me ha parecido cierto en todo este embrollo espacio temporal es que el tiempo se nos escapa de forma irremediable, por más que intentemos cualquier acción o reflexión sobre él.

En no pocas culturas religiosas se afirma que la divinidad es la única que posee el conocimiento del tiempo, que su dios o sus dioses sí que pueden, a diferencia del hombre, contemplar la línea temporal de una sola mirada y aun más, llegando a sentirla, combatirla o doblegarla.

Es otra forma de decir, en el fondo, que el ser humano es el gusano ante la manzana, y ni siquiera: a nosotros la manzana nos pasa desapercibida físicamente, a pesar de los sueños de algún que otro científico chiflado con delirios de grandeza.

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