jueves, 12 de junio de 2008

Con las maletas a medio hacer.


Intento meter todo en las maletas pero no me cabe, simplemente es demasiado material acumulado. Tengo en bolsas las emociones del primer día, nada más subirme al taxi y contemplar los edificios en la distancia, o el primer paseo por un campus soleado y cubierto de vegetación. En dos cajas están los nervios de esas primeras semanas, las reuniones previas a las clases y mi primer contacto con los alumnos. Y todavía en las perchas, recién planchadas, las primeras fiestas de la residencia, los primeros amigos que se iban presentando y cuyos nombres costaba tanto recordar al principio, cuando todavía no eran familiares.

Peleado por su espacio con los libros tengo el álbum de fotos, repleto de imágenes, desde el panorama desde el puente de la avenida Michigan en dirección sur, con los edificios del distrito financiero bordeando el río, pasando por la nieve, esa inmensa y eterna nieve que todo lo cubría y que parecía que jamás terminaría, hasta llegar a la presa Hoover, los desiertos de Nevada y la enormidad del imponente Gran Cañón. Tengo fotos de mis alumnos jugando al ajedrez, fotos de aviones y de ardillas, fotos de amaneceres y atardeceres, de días lluviosos y hasta de otros, más escasos, donde brilló un poco el sol de esa débil esperanza sepultada por la nieve.

He intentado meter, aunque todavía sin éxito, las conversaciones acerca de lo humano y lo divino con las embajadas italiana e inglesa, que al parecer están ahora en negociaciones por un atrasado San Valentín. Tengo por aquí también la tarjeta de Nikola, ese presidente de la asociación de estudiantes europeos que se ríe hasta de su sombra, y que tampoco entra en la maleta; y qué decir de la amistosas charlas con Emily, que por mucho que lo intento no consigo doblarlas porque aún perdura ese buen sabor de boca que deja la amistad recién estrenada. Anda por aquí el balón de fútbol de Sam, que ha heredado de él su sonrisa permanente y victoriosa, y una bebida dietética de Alex, que se la habrá olvidado antes de seguir echando de menos su Cataluña querida. Por tener, tengo hasta una carcajada de Kim, que se puede escuchar cada vez que abro la carpeta de los primeros recuerdos, aquellos que fueron la base de tantos otros que se han ido acumulando hasta hoy mismo.

Total, que ahora no me cabe nada, y las horas que son y aún estoy con las maletas a medio hacer. Qué desastre…

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