martes, 3 de junio de 2008

Aquello y aquellos que sí extrañaré (I).



Ayer abandoné el edificio de Cobb a eso de las dos de la tarde, una vez terminadas mis últimas clases y sesiones de tutoría. Y al salir a la calle y sentir el calor de este verano que ha llegado de repente y sin avisar, me di cuenta de algo: se terminó. Ni siquiera me había fijado en el despacho antes de cerrar la puerta; no había habido espacio para la nostalgia o la melancolía, como si fuera un día normal y no el último de estos meses tan intensos que he vivido aquí.

Iba paseando por el campus, camino a casa, y ahora ya me fijaba con más detenimiento, como si intentase retener en la memoria aquellos edificios tan impresionantes, recubiertos de hiedra y flores, y envueltos en ese aire de misterio que tenían ya aquel primer día de septiembre en que puse mis ojos sobre ellos.

Recordaba el día del examen final de diciembre, desamparado ante el frío del alba, patinando sobre el hielo y resbalando constantemente entre maldiciones y risas. Recordaba esos días fríos y el contraste con el actual, con ese brillo que tiene esta ciudad cuando quiere, sólo a veces y con cuentagotas.

Fue al hacer ese camino de regreso cuando recordé que se acabaron ya los lunes de billar y cena en el restaurante italiano con Reynaldo y Juan Manuel, los dos mejores tertulianos del departamento de español. Con ellos he hablado de películas, de artistas y de libros, sobre todo de esos libros que devoran con verdadera pasión, y cuyos argumentos y virtudes sólo interrumpían para cantar cómo entraba la bola en honor de Perú o de México.

Se acabaron también las tardes enteras en la biblioteca Regenstain, paseando por esas inmensas hileras de estanterías móviles que tanto me asustaban al principio, y en las que he pasado horas buscando esta o aquella referencia, este estudio o aquella tesis que me servirían para ampliar la mía. Se terminaron las pilas de libros que había que devolver al final de cada trimestre, y que acarreaba como buen caracol en varios viajes, mientras pensaba en por qué no me habría dedicado a la fontanería.

Llegaban también a su término los jueves con Valentina, esa increíble sonrisa napolitana que me hablaba de sus novios y aventuras antes de ir a nadar a la piscina, y a cenar luego en Bartlet mientras echábamos de menos el Mediterráneo y rememorábamos los recuerdos de tiempos más cálidos. Recuerdos como los que he acumulado también con Xavi e Iker, los mercenarios del idioma que siempre tienen alguna frase ingeniosa para amenizar las correcciones en el departamento, y con los que también se ha debatido de todo lo humano y divino al calor del café en invierno o del refresco en primavera. También ellos emigran con el calor, como Reynaldo y Juan Manuel, también para ellos se termina el año en tantos sentidos y han de pasar página en sus vidas.

Pero sobre todo, y qué rabia me da que así sea, se me acaban las clases y los estudiantes y hasta sus presentaciones, con los que, a pesar de los pesares, tanto he disfrutado. Se me terminó el entrar en clase y mirarlos de reojo antes de torturarlos con la gramática, de fomentar el misterio ante el terrible examen que se avecina o de llevarme las manos a la cabeza cuando alguien proclama alguna epifanía lingüística. Ya no habrá más días para hablar del subjuntivo y de las “numerosas” problemas que tienen todos en sus desdichadas vidas, mientras corregimos esa pronunciación e intentamos que la “t” suene más a “t” y menos a “ch”, o les decimos que uno no “realiza que no ha hecho su tarea” y mucho menos se queda “embarazado de vergüenza”.

Y toda la actividad que implica, todo el ajetreo de entrevistas, tutorías, clases, exámenes, compañeros, correcciones, evaluaciones y alguna que otra disputa se me terminan y sé que lo voy a extrañar, sé que echaré de menos esa dinámica que, muy por encima de libros e investigaciones, ha hecho que esta experiencia me haya sabido a gloria.

Quizá por todo ello no dejaba de escuchar aquella vocecita, camino a casa, que me insistía al oído y en voz baja en que hemos tenido mucha suerte, una que ni nos merecemos ni nos terminamos de creer del todo.

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