lunes, 21 de enero de 2008

Vote 4 me!


Nos encontramos en plena campaña electoral, amigos míos. El destino de Estados Unidos y de España está en el aire, en las urnas, en los votos de unos ciudadanos que irán a depositarlos amablemente en marzo y en diciembre y decidirán, así, el devenir político, social y económico de los próximos años, manteniendo en pie la maravillosa democracia en la que todos, en paz y cósmica armonía, convivimos.

¿Notan el tono irónico? Si no es así, háganme el favor de notarlo, se lo ruego. Llevo semanas enteras soportando la cháchara mediática local acerca de los últimos roces entre Hillary, Obama y Romney, y me llegan los remotos altercados entre Zapatero, Rajoy y Gallardón, que se dedican a descuartizarse cuanto pueden antes de la cita electoral que se avecina, y ya estoy cansado. Y eso que no hemos hecho más que empezar.

Una vez mantuve una charla acerca de los valores democráticos y de la esencia de ese sistema, al que una vez mi profesor de Historia llamó “el menos malo de los sistemas sociales”. En dicha conversación, y sin intención de meterme en pantanos políticos, discutía yo el valor de una democracia que delega en sus gobernantes decisiones tan fundamentales como, por ejemplo, ir a una guerra.

Si nos atenemos a la etimología de la palabra, democracia significa, literalmente, “el poder del pueblo”, algo que quizá aquel presidente, de cuyo nombre no quiero acordarme, no tuvo en cuenta cuando envió tropas a una remota región bajo el empeño, de su honor y palabra, de que allí hallaríamos unas armas de destrucción masiva que aún seguimos buscando, cinco años, varios atentados terroristas y miles de muertos después.

Si más del 90% de la población española, que se oponía a la entrada en dicha carnicería absurda, no fue suficiente para conmover a nuestros ilustres gobernantes, comprenderán que desde entonces haya perdido yo bastante fe en eso que llamamos, de forma pomposa y con el pecho henchido de orgullo, democracia.

Quizá sea el ejemplo más sangrante, aunque no el único, de un sistema en el que son habituales el engaño a la opinión pública, la corrupción, la ocultación de documentos, el secretismo, la falta de transparencia, los desfalcos, el nepotismo, la especulación y, en definitiva, el campo abierto para cualquier tipo de ambición personal con ánimo de lucro a costa de los contribuyentes.

Ingenuo de mí, yo pensaba que era algo típicamente español, pero veo que no: se comenta aquí ahora el caso de una población de Nueva Inglaterra, a la que el gobierno ha decidido renovar a base de nuevos proyectos de construcción. Donde antes había un antiguo barrio residencial quieren hacer una mega urbanización con centros comerciales, parques y avenidas, y para ello van a expropiar las casas de los que aún residen allí, por decreto ley, para después vender los derechos de construcción a una empresa privada. Y todo ello supone, ni más ni menos, que la violación de uno de los derechos garantizados por los sagrados textos americanos (la declaración de independencia, la constitución y la carta de derechos): el derecho a la propiedad de una vivienda digna.

Curiosa, la contradicción, ¿no creen? Es decir, yo, como gobernante, te doy el derecho de tener tu casa, pero también de quitártela cuando me dé la gana. Tengo el poder para hacerlo y ya puedes protestar todo lo que quieras, que te va a dar igual. Te quedas sin casa y sin hogar, y yo construyo y especulo, y doy lustre a una población que me verá con buenos ojos por mejorar su calidad de vida y, quién sabe, igual me termina votando, y todo.

Porque eso es, en definitiva de lo que trata todo esto: salir elegido, votado, aclamado por el público para, a partir de ahí, tener vía libre para hacer cualquier cosa. Los políticos se maquillan, se ponen guapos y agarran al bebé de turno para la foto, y después de eso se olvidan durante cuatro largos años de que, en realidad, ellos deberían estar al servicio de esas mismas personas a las que ignoran completamente.

Pero dejémonos ya de sandeces, porque eso no es democracia ni es nada. Si el 90% de tu país te dice que no quiere guerra, entonces no hay guerra ni honor ni palabra que empeñar. Si les diste el derecho a una vivienda digna, vete a construir parques y centros comerciales al jardín de tu casa. Y si eres el alcalde o el presidente de una comunidad, déjate de tejemanejes políticos que sólo revelan tus ambiciones personales y dedícate a lo que se te ha encomendado, aquello para lo que se te ha elegido y a lo que deberías estar entregado en cuerpo y alma: servir a esos mismos ciudadanos que con sus votos, esperanzas e ilusiones mantienen este gran circo de pulgas llamado democracia.

Porque todo lo demás es pura retórica, polvo y aire.

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