sábado, 19 de enero de 2008

El mío sin hielo, por favor.


Hoy, efectivamente, ha estado a punto de cumplirse la profecía de Daniel: “Se te va a congelar el culo, ya lo verás, y entonces recordarás estas palabras”, me dijo mi compañero de oficina antes de despedirse de mí en Navidades. “Más te vale forrarte hasta arriba porque de lo contrario, ya sabes… el culo helado”. Y mira que tenía razón, por mucho que yo entonces pensase: “anda, ya será menos, ni que estuviéramos en el Polo Norte.”

Lo malo que tienen las condiciones climatológicas extremas es que te nublan el cerebro. Te hacen olvidarte de todo lo que no sea recuperar el estado anterior de temperatura normal, esa a la que tu cuerpo debe estar siempre si no quieres pasarlo realmente mal.

En concreto, con el frío intenso de esta ciudad, de repente pierdes la noción de cuanto no sea en verdad importante, y entonces el gorro, los guantes o el abrigo pasan a ser tus únicos aliados. Te da igual parecer un ninja si con eso consigues pasar menos frío y tener las orejas o los labios calientes, y no sentir así en la piel el aire cortante que se va extendiendo desde ahí al resto del cuerpo. Y no te cubres los ojos, que sueltan lágrimas a cada paso, porque entonces correrías el riesgo de resbalarte con el hielo o la nieve que cubren completamente calles, aceras y parques.

Lo más sorprendente de todo esto es comprobar cómo ni siquiera a menos quince grados la gente detiene sus actividades habituales, y sale a pasear un sábado, va de compras o se dirige al cine. Ves a niños completamente encebollados a base de abrigos, bufandas y manoplas; los ancianitos hacen uso ingeniosos mecanismos para que su bastón no resbale al contacto con el suelo helado; incluso hay gente que, desafiando a los elementos, se sienta en el suelo y pide una limosna a los muñecos de nieve que pasan a su lado, sin detenerse.

Me pregunto si cuando esto llegue a su punto álgido, es decir, a más de veinte grados bajo cero, la ciudad simplemente no se colapsará. En las estaciones de tren hay cabinas climatizadas para esperar a los vagones, los autobuses tienen una calefacción potente, y los edificios parecen soportar cualquier rigor invernal. Sin embargo, tiene que haber un límite. Tiene que llegar un punto en que esas calles blancas y heladas hagan patinar a los coches, por muchas cadenas que lleven; ha de haber un momento en que la gente simplemente no pueda soportar esa temperatura al caminar, por mucho que traten de emular a los osos; no habrá sal suficiente para cubrir todas las calles, las vías de los trenes, las aceras, los escalones que te permiten subir de un nivel al otro de la ciudad…

Y sin embargo, dicen los que conocen algo más de mundo, como Daniel, que esto que tanto me asusta a mí en realidad no es nada, y que si quiero conocer el frío de verdad me vaya a Canadá o a Alaska, (faltó nombrar el Polo), y que allí vería lo que es bueno. Dicen que en esos lugares tienen meses enteros de nevadas, ventiscas y tornados, y que literalmente es imposible salir a la calle durante buena parte del día.

Pues bien, a todos esos les respondo yo que no, que no quiero conocer el frío de verdad. Después de un día entero de tiritonas, resbalones y de dejar de sentir las piernas, como decía aquel humorista, cada vez que había que parar ante un semáforo, creo que tengo bastante claro que para mí el frío de Chicago ya es suficientemente auténtico como para querer buscar más.

A fin de cuentas la ambición nunca fue una de mis virtudes, qué le vamos a hacer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Frío, yo adoro el frío. Creo que es una de las mejores maravillas del mundo y eso que los expertos lo desvalorizan y lo definen como "falta de calor". Es cierto, el frío no existe, no hay en nuestro sistema solar un cuerpo que emita frío, como el sol emite calor, por lo que no existe el frío pero lo sientes y lo ves, como el amor, y por eso me encanta. Dicen mis padres que será porque nací en Enero, será, será...
Gracias por el comentario que me dejaste, lo leí en voz alta, así leo mis libros favoritos porque la voz les da vida, la entonación de cada palabra, no sé, me dio por leerlo en alto y no sabes la ilusión que me hace cuando leo lo que dices.
Creo que lo de leer así es porque siempre tendré una espinita clavada, el no haber vivido ese momento típico de película americana: los grupos de poesía.
Esos que recitan fragmentos y poemas en alto y los comentan, ¡ lo que daría por estar en uno! pero que sea de los de película claro,(parque con hierba, cielo gris, muchachos jóvenes...)jejeje.
Mañana iré a la biblioteca a devolver los últimos libros que cogí para leer y está vez me pararé en la estantería de la LL,(gracias), yo no soy buena recomendando, también porque todavía me queda mucho por leer pero si hay un libro que me gusta de prosa poética es "Historia del corazón" de Vicente Aleixandre, y te lo recomiendo, es increíble...me ha influido mucho en mi manera de escribir.
Por lo demás, he estado esperando que actualizases el blog y entre ayer por la noche y hoy por la mañana me has sorprendido con dos, asique no me puedo quejar jajaja.
Espero que estés muy bien, con tu culo helado, que aquí se puede sentir en el aire como se te echa de menos.

Un abrazo, Nacho

Laura

Anónimo dijo...

Hey, ¿y el comentario que escribí la semana pasada en el artículo anterior? Su blog no me quiere, H.

SNIF