viernes, 25 de enero de 2008

La eterna espera.


Leo el otro día en la última novela de Chirbes, Crematorio, una cita que me hace reflexionar. Trata sobre un aspecto bastante común de la condición humana, según el cual muchas personas pasamos buena parte de nuestra vida esperando que algo ocurra, llegue o se cumpla. A dicho objetivo dedicamos buena parte de nuestros esfuerzos, sin importar tanto si ese suceso finalmente se hará realidad o no, pues no es tanto el suceso en sí como la espera lo que da un sentido a cuanto hacemos, decimos o pensamos.

La literatura se ha hecho siempre eco de esta actitud. Quizá los más recordados sean aquellos vagabundos que esperaban a Godot, en la imaginación de Beckett, o aquel soldado de Buzzati que aguardaba en vano a los tártaros adversarios, sin que el encuentro con ninguno de ellos terminara de ocurrir, llegar o cumplirse. Incluso don Quijote, en cierto modo, murió sin que llegara jamás esa gran hazaña que lo habría de encumbrar por los siglos venideros, pero que al mismo tiempo le había llevado a recorrer buena parte de la geografía española, dándole un cierto sentido a su existencia.

Pero volviendo al caso particular, y abstrayéndonos por un momento de citas, libros y autores, decía que toda esta problemática me hizo reflexionar, como siempre me ocurre con la literatura, porque veo escrita en ella las mismas verdades que experimento en la realidad y no soy capaz de expresar, comprender o interiorizar como es debido si no es a través de una página codificada en tinta.

Y es que, en definitiva, ésa y no otra ha sido siempre mi actitud, mi filosofía de la vida, aquella según la que algo, -no se sabe muy bien qué o quién-, está ahí esperando para ocurrir, llegar o cumplirse. Y la espera continúa, y nada pasa salvo el tiempo.

Además de todo lo dicho, luego las situaciones particulares intensifican aún más esta tendencia, por llamarla de alguna manera. El año pasado me lo pasé entero, casi igual que el anterior, tratando de dejarlo todo atado y bien atado, los compromisos, deberes, obligaciones y placeres para que cuando cogiera el vuelo con destino a Chicago pudiera centrarme ya únicamente en lo que estaba por cumplirse, esta estancia que llevo preparando durante años y que, ahora que estoy aquí, en su pleno epicentro, sigo sin sentirla como “eso” que tenía que ocurrir.

Creo que no pasaron ni dos semanas en América antes de que empezaran a surgir otros plazos, otras fechas límite, otros futuros compromisos que hacían de mi estancia aquí una nueva espera para “algo más”, un nuevo actuar en la expectativa de que algo, fuera lo que fuese, tuviera lugar en un futuro más o menos lejano: viajes, entregas, regresos a España, oposiciones, tesis, finalización de la beca, etc… Pongámosle el nombre que queramos a ese Godot, a esos tártaros o a la gloriosa hazaña, que tanto da porque en el fondo es una realidad multiforme que nunca termina de materializarse, pues a la llegada de lo anteriormente dicho habré de darme cuenta, como ya me ha pasado aquí, de que en realidad sólo son el umbral de otra sala de espera para acceder a la siguiente. De nuevo, la espera por encima de lo esperado.

Lejos de mi intención está el querer hacer de esta reflexión un canto al nihilismo, antes bien todo lo contrario: qué terrible sería si realmente el sentido de nuestras vidas lo diera un hecho concreto, un acontecimiento o una persona más allá de los cuales no tiene objeto alguno seguir andando, respirando o viviendo.

Causa algo de alivio, en suma, saber que siempre habrá una espera que nos mantenga ilusionados, esperanzados, ansiando que pasen las horas para que llegue tal o cual acontecimiento que nos ha de hacer un poco más felices, y que no importará su forma material o humana porque lo único seguro es que ahí estará, esperando, aguardando en silencio para nunca ocurrir, para nunca llegar o para nunca cumplirse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ciertamente sí jajaja.
Claro que todos los años cumplidos significan lo mismo, y la importancia es la misma, primero porque no puedes saltarte ninguno, segundo porque no puedes volver atrás y tercero porque no puedes tener la misma edad para siempre (excepto si viajas a Nunca Jamás un recurso que me plantearé si algún día me asusta crecer.)
Ciertamente pasar de 17 a 18 es más significativo que pasar de 15 a 16, sólo por el sentido de cruzar esa frontera.
Tienes razón, hay que vivir cada nuevo año con la mayor de las ilusiones porque al fin y al cabo, lo que importa es el equipaje que te llevarás al morir y este sólo estará formado por la memoria que dejas aquí.
Por cierto, me gustó mucho la actualización de "vote 4 me", coincidimos en todo.
Tengo que irme corriendo, me gustaría escribir más y aburrirte mucho mucho, pero mi padre me ha gritado por segunda vez que va a poner por decimocuarta vez la película de "El último samurai" (nuestra favorita).
Si tienes un ratito largo, te la recomiendo, la filosofía oriental es enriquecedora e interesante, sus conceptos del valor y del honor, tenemos mucho que aprender de ellos. Además es muy realista el film.
Cuídate mucho Nacho, =) un beso enorme.