miércoles, 31 de octubre de 2007

La otra cara del miedo


El rastro de la sangre en el suelo dejaba una impresión sorda en sus oídos, como si aquel líquido recién coagulado contuviera un grito que pugnaba por salir más allá de sus propios límites.

Remontar aquella corriente de dolor suponía un esfuerzo extraordinario, siendo cada paso aún más pesado que el anterior, como si algo dentro de él le dijera que no debía, que no quería, en realidad, comprobar la realidad que encerraba aquel presentimiento, aquella extraña punzada en la nuca, y la horrible sensación de que de pronto la temperatura había descendido y era aquel hogar territorio de fantasmas.
El teléfono comenzó a sonar en ese momento, justo cuando los pies aparecían tras la puerta del baño, allí donde el rastro se perdía, allí donde manaba la sangre. Con la cabeza apoyada sobre el brazo derecho, Elisa trataba de frenar la hemorragia con un pañuelo. La sangre resbalaba por su cuello, manchando la blusa.

Aunque su primer impulso fue el de socorrerla, el miedo que le invadía lo paralizó, casi tanto como lo estaba ella. Su mirada se encontraba perdida en algún punto indefinido entre el vacío y los ojos de su hijo.
El gesto de desesperación de la madre, con los músculos de la cara completamente desfigurados, le indicó que aquel no era el fin de la historia. Le advirtió del peligro, pero no lo hizo a tiempo.

- Qué detalle el venir a casa a la hora que te hemos dicho, hombre. A este paso nos vas a acostumbrar mal.

No lo vio venir. Cuando su espalda chocó contra la pared, apenas distinguió el puño dirigiéndose directamente a su rostro. Después de recibir el golpe se desplomó, cayendo de lado y sintiendo un pinchazo agudo en el hombro. El fuerte olor a sudor que despedía su camisa, el aliento que confesaba las horas transcurridas ante un alcohol incapaz de ahogar su tortura, incluso el golpe furioso, que aún reaparecía en forma de latigazos intermitentes en su nariz, le recordaban a él.

Perdió la noción del tiempo. La mirada borrosa confundió las pisadas del único que aún permanecía en pie, deambulando de un lado a otro, rompiendo objetos a su paso, el rostro de su madre, oculto tras la vergüenza de su llanto.

Entonces fue su propia sangre la que dejó un rastro sobre el suelo, cálida al resbalar por su mejilla, mientras la puerta se cerraba de un golpe y el teléfono volvía a sonar, insistente.

- Este es el contestador automático del 543 22 34 544. Por favor, deje su mensaje después de oír la señal. Gracias…

Las luces de la noche se teñían de rojo y azul, y el sonido de una sirena se mezclaba con la voz de su tío, histérico, al otro lado de la línea.

En ese momento, cerró los ojos y se hizo la oscuridad en su mente. Y entonces sólo hubo el vacío, justo antes de que su rostro alcanzara definitivamente el suelo y quedara reflejada la otra cara del miedo, mitad real, mitad en la savia de la vida que se le escapaba poco a poco...
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P:D: Feliz Halloween a todos. Mañana más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uf. Los vivos dan más miedo que los no muertos, sobre todo porque son reales...