martes, 2 de octubre de 2007

Cinefórum (2)



"Rompe el bramido del trueno la tranquilidad de la mar, rugen furiosos los cañones, y en medio del tumulto, del griterío que mezcla improperios e imprecaciones en francés e inglés, alza la vista al horizonte embravecido el capitán Jack Aubrey, el afortunado, dispuesto a dar la vida, una vez más, por su tripulación, por su nave y, en último término, por su patria. "


Master & Commander: The Far Side of The World, es el resultado de una extraña combinación de sagas literarias, un autor anciano sin muchas ganas de discutir sobre sus adaptaciones, productores avispados y un director, Peter Weir, que necesitaba como agua de mayo demostrar que El año que vivimos peligrosamente, El club de los poetas muertos o El show de Truman no fueron fruto de la casualidad.


Corría el año 2000, y la 20th Century Fox necesitaba un gran éxito, un block-buster con el que resarcirse de una preocupante sequía en taquilla. Fue entonces cuando los caminos de Weir, Patrick O’Brien y la Fox se cruzaron y dieron origen al primer boceto de la película: el resultado, tres novelas, dos guionistas y un borrador final que no gustó a nadie –Russell Crowe, actor principal, y sin el cual no había película, incluido-. Tras tres guiones, un acuerdo final de todas las partes y un barco de época reconstruido, dio comienzo el rodaje de la película que fue una auténtica balsa de aceite después de semejantes prolegómenos.


Una vez solventados los problemas fundamentales de guión –que incluía, entre otras mamarrachadas oceánicas, una lacrimógena e inverosímil historia de amor en alta mar-, la historia fue cobrando fuerza día a día, y la pos-producción se encargó de añadir digitalmente la fuerza que le faltaba a las escenas de batalla, con espectaculares tormentas y algún que otro cañonazo a estribor, (que nunca está de más en estas historias.)


Tres compositores (Iva Davies, Christopher Gordon y Richard Tognetti) fueron necesarios para la excelente partitura original, a la que se añadieron piezas de Bach, Bocherinni, Corelli y Vaughan Williams, y que dio como resultado una mezcla tan heterogénea como efectiva, que alternaba el estruendo solemne de la composición original con la tranquila sesión clásica a dos bandas entre el capitán Aubrey y el científico (gran Paul Bettany), darvinista hasta la médula, que le da la réplica en el filme.


Independientemente de reconocimientos, premios (con 10 nominaciones a los Oscar y 8 a los BAFTA de 2003), méritos en taquilla –fue un tremendo éxito a nivel internacional– y demás parafernalia, Master & Commander se erigió como una de las grandes películas de aventuras de todos los tiempos por méritos propios, por su ritmo agotador, sus diálogos certeros y creíbles, una tensión narrativa ejemplar y una solvencia en las escenas de batalla como pocas veces se ha visto en el cine –y si no que se lo digan al Capitán Sparrow, que prefirió irse “al fin del mundo” para no tener que cruzarse con Crowe y sus muchachos.


Master & Commander no es, sin duda, una lección de historia para estudiantes del período napoleónico –tampoco lo pretende, que para eso están los documentales- pero sí inscribe al espectador en un universo de cortesías, de códigos de honor y disertaciones sobre el arte de la guerra que, unido a la combinación musical antes citada, un trabajo de fotografía impresionante y una tripulación de actores –con perdón por el chiste- la mar de efectiva, permite comprender mejor una época en la que todavía se hablaba de honor en un campo de batalla.


Hoy las guerras se siguen librando a cañonazo limpio, aunque muy distinto, claro. Qué lejos quedan esos tiempos de mares embravecidos y héroes de antaño. Y qué bien que nos quede el cine para recordarlos.

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