sábado, 6 de octubre de 2007

As the beat goes on...




Corrían alegres el vino, la cerveza y la soda con lima ante los compases de una música festiva que homenajeaba los grandes clásicos de los años treinta. Bailaban, reían y alguno que otro resbalaba ante tal avalancha de emociones contenidas durante tres semanas de encierro penitenciario, y todo en la I-House era en suma jolgorio, despreocupación y trivialidad.

Robert MacKay observaba la escena con su vodka con naranja, atento a todo y a todas, especialmente a su flamante novia, la dulce, rubia y hawaiana Liz. Acababa de llegar enfundado en su camisa roja, con corbata negra y unos mechones engominados, lo cual, unido a ese porte británico que tanto le caracteriza, le daba un aire entre serio y glamouroso. Liz bailaba unos metros más allá, junto a otras amigas, contoneando las caderas y dejando que su atractivo se abriera paso por ella entre la multitud.

Kevin llegó en ese momento para saludarle. Su acento australiano no le delataba tanto como aquellas maneras exquisitas, a todas luces fuera de aquel ambiente, casi tanto como él mismo en aquella fiesta donde Baco gobernaba con mano dura a ritmo de jazz. Tras un breve y cordial saludo entre ambos Robert pensó que ya había cumplido con su buena labor social tras intercambiar unas palabras con aquella linda mariposa, de modo que fue hasta la pista de baile, saludó a las amigas de Liz y se la llevó al centro de la pista, ajenos ambos al tumulto que los rodeaba.

Cabizbajo, Kevin regresó a las pizzas gratis, a la bebida gratis y, en definitiva, al lugar donde se congregaba una inmensa mayoría que compensaba la falta de acompañante con aquel opio etílico (y gratuito). Se hizo con un buen par de porciones de barbacoa y un enorme vaso de vino, y se dirigió hacia la mesa de billar donde el choque de las bolas se confundía con los gritos de euforia de los jugadores.

A pocos metros de allí, Nacho estaba intentando que Caroline dejara de tambalearse, ebria como ella sola tras haberse bebido tres copas seguidas del tirón. Ella se agarraba, tropezaba, volvía a agarrarse y entre salto y salto daba un gritito ahogado para que toda la I-House supiera que estaba allí. En ese momento se sintió mareada, y el chico español la condujo fuera de allí, al patio, tras intercambiar un breve, pero cordial, saludo con el bueno de Kevin, que se quedó mirando cómo la bola número ocho se acercaba peligrosamente a uno de los hoyos antes de su hora.

El exterior recibió a los recién llegados con la humedad de aquella noche impropia del mes de octubre en Chicago. El ambiente, que recordaba a Nacho aquellas visitas al jardín botánico madrileño, no era sin duda el más adecuado para que aquella muchacha se despejara, pero por suerte Matías apareció por allí para echarle una mano. Alemán, alto, noble y grande como una montaña, el bueno de Matías la invitó a sentarse junto a una fuente, y con un pañuelo humedecido logró controlar un poco aquel desfase. Mientras tanto, Caroline sonreía a la luna, a la gente que pasaba a su lado y hasta a las cucarachas del suelo, tal era su estado de felicidad/ebriedad. Matías le preguntó a Nacho cómo pensaba hacer que aquello mejorase, y convino con él en que una visita al baño con su paseíto correspondiente sería lo más apropiado.

Los pasillos de la I-House estaban infestados de parejas que no bailaban precisamente jazz, de accesos a la sala de karaoke, de billar, ping pong, televisión por cable, recibidores de cada una de las alas del edificio… aquello era un laberinto superpoblado, y por desgracia Caroline no parecía en condiciones de servirles de referencia en su intento por encontrar el baño de las chicas.

Lo bueno de jugar al fútbol tres veces a la semana con la misma persona en la línea de defensa es que terminas entendiéndote casi sin hablar. El buen alemán y Nacho dejaron a Caroline apoyada frente a la pared, y mientras el fardo se repasaba cual mopa contra el gotelé ellos debatían sobre cómo hacer para transportarla al baño del piso superior. Los ascensores estaban bloqueados, por motivos de seguridad, de modo que habría que conducirla escaleras arriba.

Robert llegaba en ese momento, del brazo de una Liz algo más despeinada y descompuesta que de costumbre, y dejando a la hawaiana bailando el aloha junto a una cabina telefónica que ella confundió con su pichurrín, se ofreció a ayudarles a cargar con el encantador fardo hasta donde fuera menester.

Media hora, tres pisos y una vomitona después, Nacho se asomó a la ventana del baño, incapaz de soportar aquel olor ni un minuto más. Robert y Matías se esforzaban porque la princesa siguiera echando los estómagos donde debía, y de fondo, seguía resonando aquella música incesante que hacía temblar hasta los cimientos de la I-House. Nacho suspiró, miró el reloj y comprobó que a la princesa le quedaba media hora, o de lo contrario la competición de baile comenzaría sin ellos.

Claro que, en aquellas condiciones, de bailes y de lo que pasó después mejor ni hablamos.

1 comentario:

... dijo...

fiesta con chicas en traje de noche, jazz, corbatas, lámparas de araña y concurso de baile... la contraseña no sería "Fidelio"??
normal que la señorita se encontrara indispuesta aunque con todos estos antecedentes lo que pasó despues puede ser mas interesante...

por cierto yo tambien he oido hablar de una tal Liz Vicious, a ver si vamos a coincidir en los gustos... (para más info Dios Google)

un abrazo men/fis! y disfruta!!