martes, 16 de octubre de 2007

Cinefórum (3)



Tanto leer cuentos de hadas de mis alumnos me ha traído a la memoria una película, reciente -aunque bastante olvidada, me temo- que pertenece a un director tan capaz de alcanzar cimas sublimes (El Sexto Sentido, el Protegido), como de hundirse en bochornosos fangos cinematográficos (La joven del agua, Señales): me refiero al señorito M. Night Shyamalan y a la película que nos ocupa hoy, El bosque (The Village). A ver si adivinan, tras leer el artículo, en cuál de los grupos ponemos a esta.

El bosque trata de una comunidad de –en teoría- finales del siglo XIX que vive aislada de todo y de todos en un lugar perdido en mitad de un descomunal, inhóspito y aterrador bosque. La aldea es idílica y el ambiente, durante el día, otorga a sus habitantes los placeres de una vida sencilla, pacífica y dotada de otoñales colores. Las gentes se reúnen para comer en torno a una misma mesa, las jovencitas cantan y bailan al unísono y nada ni nadie parece ser capaz de alterar semejante armonía cósmico-pastoral.

Hete aquí, sin embargo, que no es oro todo lo que reluce: al caer la noche, unos fuegos imponentes se encienden a lo largo de la circunferencia que delimita la entrada al siniestro y cada vez más acongojante bosquecillo, para alejar a los pueblerinos de los oscuros peligros que allí se encuentran.

Y por si acaso alguien tuviera tentaciones inadecuadas y escapatorias, ya se encarga William Hurt, el maestro del pueblo, de aleccionar al personal de menos de metro y medio con sutiles advertencias del tipo “las criaturas que viven más allá os degollarán vivos, devorarán vuestras vísceras y luego bailarán una jota aragonesa sobre vuestros huesos, niñatos”. Y por si ello no fuera suficiente, horribles caniches desollados aparecen por doquier, obra de “aquellos-de-los-que-no hablamos-pero-sobre-los-cuales-nos-pasamos-el-día-entero-hablando”.

La muchachada intermedia, allende los veinte y muchos, y por tanto bien aleccionada ya por el sutil docente, está compuesta por una tríada de agárrate y no te menees: Bryce Dallas, la ciega del pueblo; Adrien Brody, el tonto del pueblo, y por último, Joaquín Phoenix, el pasmado mental del pueblo. Semejante flor y nata de la juventud aldeana es la escogida por la mano divina del director para conducir una trama de impactantes diálogos amorosos (“El amor es un regalo que nos ha sido dado, así que debemos dar gracias, Lucius. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!” (sic)) y carreras paralímpicas por las lindas praderas que ni Edgar Allan Poe en la peor de sus borracheras habría podido imaginar, todo ello aderezado con unas sutilísimas referencias cromáticas (el rojo, malo; el amarillo, bueno; el rojo no se toca; con el amarillo nos lavamos hasta el sobaqu… bueno, ya me entienden)

Llega la noche y, oh, cielos, el lumbreras de Phoenix se introduce, no se sabe muy bien por qué, en el pluscuam-terrorífico bosque, despertando todo tipo de gruñidos y retortijones intestinales. Esa misma noche la aldea es atacada por unas criaturas sacadas del material de desecho de los teleñecos, que amenazan con pintar de rojo (¡Dios, no, cualquier cosa menos eso, que me muero!) las puertas de las casas, como diciendo: “esta vez os pintamos, sí, pero mañana, como nos habremos quedado sin titanlux, utilizaremos vuestra sangre, y luego bailaremos jotas aragonesas sobre vuestros huesos, y bla, bla, bla…”

El comité de urgencia de los sabios del pueblo, donde está una irreconocible Sigourney Weaver (qué lejos quedan esas carreritas en enagüillas detrás de los marcianos), decide tomar cartas en el asunto y tirar de las orejas al niño malo Phoenix, que tendría edad ya para ser más que padre, pero que se comporta como si tuviera catorce años (igual lo del empanamiento mental influye), y que pide perdón al respetable y promete ser bueno y no volver a hacer cosas malas nunca más.

Habríase terminado aquí la emotiva fábula, pero el director nos someterá a otra hora y media de carreras, sustitos y divertidas excursiones campestres para llegar a la cuasi-cósmica revelación de que en realidad los muñecos de plasticucho eran, efectivamente, el saldo de oferta de los teleñecos, inventados por el mismo consejo de sabios que se hacían los sorprendidos al ver a los chihuahuas aniquilados por ellos mismos (ay, qué malos, de verdad, si se entera Tita Cervera…)

Y para terminar, y como es bien lógico, nadie mejor que la ciega del pueblo para buscar medicinas que salven al pasmado, que ha sido oportunamente acuchillado por el tonto, una vez que supo de los amores de los otros dos (me perdonen si no reproduzco más pasajes literales, pero tuve náuseas la otra vez). Y tras otra media hora de carreritas y sustos a destiempo (es que el tonto se había disfrazado de tortuga ninja para perseguir a la ciega, ji, ji, ji, qué divertido, sobre todo cuando se estampa, la palma y nos libra de su impagable presencia), la audiencia asiste en pleno a la última –menos mal- revelación: en realidad, nos enteramos de que la linda comunidad está en el año 2004 y que todo era burla y mentira, para escapar del malvado capitalismo reinante y crear una comuna neo-hippy y trasnochada al margen de este “mundo degradado y sin amor” (sic).

Así las cosas, es evidente que este filme no figura entre mis favoritos, a pesar de su más que conseguida estética y a una partitura, obra de James Newton Howard, que está muy por encima de un cuento que, más que de hadas y monstruos, se podría calificar de errores garrafales de guión y constantes despropósitos narrativos.

Y eso a veces puede asustar mucho más que una criatura en un bosque aterrador. No se hacen una idea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya, a mí esta peli también me genera sensaciones contradictorias. El guión no me gusta (quizá Shyamalan debería pensarse que lo de la sorpresa final no es una condición sine qua non para hacer una película), aunque la historia no me parece mal. Yo creo que Shyamalan intentó hacer algo y no le salió bien, pero en fin. De esta peli me quedo con el ambientazo que tiene, la belleza de los colores que se usan, dignos de un cuadro de van der Weyden (id al Prado y flipad con el Descendimiento), la decoración de la escena de la boda y con Joaquin Phoenix. Y, por dios, que Shyamalan no muestre al bicho, sea un alienígena como en Señales o un disfraz, como en esta... ¡¡queda muy mal en sus pelis!!

Besos