
¿No les ha ocurrido a veces estar viendo una película y pensar: “qué rabia no ser el espectador adecuado, porque de lo contrario estaría dando saltos en la butaca.”? Que yo recuerde, a mi me ha ocurrido con dos sagas, El Señor de los Anillos (nunca he sido devoto de los libros ni de los elfos, pero las películas me parecieron soberbias), y por supuesto con El padrino (los mafiosos me interesan menos que una conferencia sobre economía, pero qué grandísimas obras, sobre todo la segunda).
Y ahora, que me encuentro buscando inspiración para mi próxima acampada veraniega, me he topado con una película de nombre tan largo como farragoso: Una serie de catastróficas desdichas, de Lemony Snicket. Protagonista: Jim Carrey, que firmó después de que Johnny Deep rechazara el papel principal al enterarse de que Tim Burton había abandonado el proyecto. La verdad, con semejantes mimbres poco cabría esperar, y sin embargo, qué grandísimo rato he pasado, aunque todo el tiempo pensando –eso sí- que era una gran película que no iba destinada a un espectador como yo.
En este caso la explicación es más fácil que en el caso de los orcos o los sicilianos: es un filme de carácter infantil-juvenil (más lo segundo que lo primero, me temo). Pero aunque Burton no la firma, si me dicen que la dirigió él me lo creería. Desde luego, el director Brad Silberling ha copiado, con meticulosidad de manual, todos y cada uno de sus rasgos más clásicos, especialmente a nivel de diseño, estética e iluminación.
La película es coherente en la oscuridad gótica tanto de la imagen como de la propia historia, ya que narra las desventuras de tres huérfanos que caen en manos de su despiadado tío, el Conde Olaf (Carrey), un maniaco homicida que buscará cualquier estratagema posible para heredar la fortuna que ha recaído sobre los querubines.
Dicho así puede sonar a horror-movie, pero en cuanto aparece Carrey el único horror que queda es el destinado a sus detractores (qué momento cuando imita a un dinosaurio, qué momento). En honor a la verdad debo decir que, en esta ocasión, el actor está mucho más comedido y controlado que de costumbre. Además, el personaje le va que ni pintado, pues el tal Olaf es un actor malísimo (qué ironías de la vida), que se disfraza de los más variopintos caracteres para engañar a sus sobrinos.
Y si Carrey está desternillante en todo momento (imitaciones jurásicas aparte), no menos acertada está Meryl Streep en su papel de tía neurótica o incluso Jude Law, fenomenal como narrador (ahora entiendo yo por qué las encandila a todas: dichosa voz hipnótica que tiene, el muy bribón). En cuanto a los niños, cumplen, que es lo imprescindible en estos casos, y bastante hacen con poner cara de póquer ante las barrabasadas de su tío .
Por otro lado, al buen hacer de la producción y los actores se suma un guión que, dentro de sus posibilidades, resuelve con bastante oficio el enlace de las novelas en que está basado, creando una estructura teatral en tres actos sencilla, pero efectiva. Hay un par de desajustes que no terminan de convencerme, pero de nuevo, aprecio más el esfuerzo que supone unir a semejante elenco artístico y técnico (fenomenales, como siempre, los efectos de la Light & Magic) que dos simples detalles que no empañan el estupendo sabor de boca final.
A aquellos ochenteros trasnochados que no dejan de dar la paliza con las “míticas” Goonies, La historia interminable y compañía, yo les diría que se dejasen de horteradas y le dieran una oportunidad (a este paso ya con sus hijos presentes, pero en fin), a esta película curiosa e inteligente. Una cinta que cuenta, por si todo lo anterior no fuera suficiente, con una banda sonora maravillosa obra de Thomas Newman, la guinda de un pastel tan distinto como especial (desde ese comienzo burlesco con el elfo de plastilina, tronchante, hasta los mismísimos títulos finales de crédito, una verdadera joya de la animación).
Puede que Una serie de catastróficas… no sea una obra maestra, pero a mí me parece que es, de largo, la mejor película del género en estas últimas décadas, una cinta cuidada y llena de detalles que la hacen sobresalir con notoria diferencia por encima de la media (y como me pasó con la patochada de Star Trek, estoy dispuesto a batirme en singular duelo con quien pretenda convencerme de lo contrario, por mucha varita mágica, animación digital “pixariana” o cualesquiera arma alternativa que esgrima para ello).
(P.D: Pensaba hacer este último cinefórum sobre Indi 4, pero comprenderán que (atención: spoiler) después de ver al héroe de mi infancia sobrevolar el área 52 en una nevera, a raíz de una explosión nuclear (¿?), no tenga muchas ganas de quemarme -no como él, por cierto-. Qué inmensa decepción…)
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